Santiago estaba sentado en el sofá, mirando las cuentas del piso en el que vivían y trabajaban las chicas.
La policía estaba organizando un sinfín de redadas y los políticos no cesaban de hacer campaña en contra de la prostitución. Como siempre, sin abordar el problema y sin aportar soluciones reales, quizás con intención de distraer la mirada de la sociedad, de problemas más importantes.
Llamaron a la puerta.
– Adelante – dijo Santiago.
Entró una chica cuyos enormes ojos verdes resaltaban aún más, su gran belleza.
Santiago se preguntó si esta chica – Julia era su nombre – se iba a convertir en un problema mayor de los que ya tenía. Sus compañeras le habían dicho que tras el tratamiento de desintoxicación, estaba rara, muy rara.
– Siéntate, Julia – miró sus ojos y se percató de que aquella mirada le había hecho olvidar el resto de sus problemas.
– ¿Cómo estás? – preguntó -. ¿Lo pasaste muy mal durante el tratamiento?.
– Si, Santiago. Las pasé muy putas, pero ahora ya estoy mejor y feliz de haberlo terminado.
– Me alegro, guapa. Pero ahora has de andar con cuidado, para que no recaigas. En estos momentos es para ti muy peligroso volver a empezar.
– ¿Pero qué sabes tu de eso? – contestó Julia con indignación.
– Apenas un poco… – contestó Santiago -. Piensa que antes de trabajar en el bar que ahora tengo, estuve trabajando en un barrio en el que la droga era el mayor negocio. A nuestro bar, al lado de la casa del camello más importante de la ciudad, venían todos los drogadictos. Piensa que tuvimos que agujerear todas las cucharas de café para que no las utilizaran para preparar sus chutes. Tuvimos que quitar el cierre del lavabo para poder atender a aquellos que sufrían de sobredosis. Recuerdo el sinfín de ambulancias que hacíamos venir, así como la parsimonia y dejadez de los enfermeros, al atender a los que estaban muriendo de sobredosis. También recuerdo las palabrotas que decían los drogadictos, cuando les salvaban la vida…
– ¿Palabrotas dices?.
– Ya veo que nunca has sufrido una sobredosis, Julia.
– No.
– La cosa es así. Te inyectas el veneno y tu cuerpo se agarrota. Tus pulmones dejan de respirar. Sin embargo no puedes enterarte, porqué estás en el cielo. Cuando llegan los enfermeros, te ponen una inyección que elimina de sopetón el efecto de la heroína. Vuelves a respirar, regresa tu consciencia y te das cuenta de que el chute que te has metido ya no te hace efecto. Cuando una persona que lleva todo el día haciendo lo imposible para conseguir el dinero para pagarse el pico, se despierta de una sobredosis, su vocabulario no es precisamente fino. No sabe siquiera que durante varios minutos ha estado sin poder respirar, codeándose con la muerte. Lo único que es capaz de ver, es que ha perdido el día en conseguir esa droga y que un enfermero cabrón se la ha neutralizado.
– No tenía ni idea de esto – dijo Julia.
– Con el tiempo, el ayuntamiento arrasó todo el barrio, derribando todas las casas y llevándose a la gente a otras zonas mejores. Tuvimos que migrar al bar en el que estamos ahora. Lo curioso es que se salvó del derribo únicamente un edificio: aquel en el que se vendía la droga. Supongo lo hicieron con vista, para poder controlar a los que iban a comprarla. En la explanada que rodeaba aquella casa, cada mañana aparecían montones de jeringuillas y el cadáver de alguien que murió por sobredosis. Algunas veces vendían la droga poco adulterada. Entonces encontraban cadáveres a montones.
– ¿Para que me cuentas todo eso, Santiago?.
– Eso ha sido la introducción a la historia que quiero contarte.
Julia lanzó un suspiro de resignación.
– Hace ya dos años, al igual que hice contigo y con tus compañeras, saqué de un burdel a una chica. Tendría unos diecinueve años. Los cabrones que la metieron en el negocio, la drogaron a conciencia para que se prostituyera. Al sacarla de ahí la llevé a un centro para que la desintoxicaran. Cuando regresó estaba limpia. Pronto empezó a salir adelante. Enseguida fue aquí en casa, una más. Todas sus compañeras la querían. Empezó a estudiar y estaba capacitada para hacerlo. Se dio cuenta de que podía salir del agujero por sus propios medios. Recuerdo que el día que me enseñó sus notas, se me saltaron las lágrimas. Un día me dijo quería ir a ver a sus padres, que vivían en un pueblo de la costa. Yo mismo la acompañé al tren.
Los ojos de Santiago se llenaron de lágrimas. Continuó:
– Cuando llevaron el tren a la cochera para limpiarlo, encontraron un lavabo cerrado. Allí estaba su cadáver, todavía con la jeringa en su brazo.
Se secó las lágrimas.
– Con el tiempo he ido analizando todo aquello y he llegado a una conclusión. La limpieza que te hacen en un centro de desintoxicación es puramente física. Tu mente sigue igual que antes de entrar al centro. Si llevabas dos años drogándote, poco a poco, durante ese tiempo, tuviste que ir aumentando la dosis de heroína para mantener el mismo nivel de efecto. Si vuelves a meterte algo, tras el tratamiento, tu mente seguirá donde te quedaste y te meterás un buen chute, que con el cuerpo limpio, será tu muerte segura.
– Y, ¿qué más da?. Una más, una menos.
– No lo has entendido. Esta casa es un lugar en el que conviven personas maravillosas. Todas ellas han tenido problemas graves y aquí han descubierto su oportunidad para cambiar sus vidas. Yo os he lanzado un salvavidas y he tirado de la cuerda para traeros al barco. Tu podías no haberte agarrado al salvavidas, pero lo hiciste. Hasta aquí no hay demasiado mérito por tu parte. Pero ahora te toca trabajar a ti. Lo que quiero, lo que todos aquí queremos, es que empieces a luchar por ti misma y por tus compañeras. Cuando conoces a alguien, poco a poco se van creando unos lazos invisibles.
Santiago miró callado a la chica.
– Solo quiero decirte una cosa más. Puedo aguantar la paliza de cualquier proxeneta y he tenido varias, puedo aguantar el abuso de autoridad de un policía o a un político prevaricando. Pero no voy a poder aguantar que vuelva a ocurrir lo de aquella chica. Mi corazón ya no está para esos trotes. He perdido a una hija y no quiero perder a otra.
Aquella noche Julia durmió poco. Y eso que no ejerció, por cierto. Se encerró en su cuarto y, a ratos lloró. Por la madrugada fue al lavabo y dejó caer en la taza del water un pequeño papel doblado que le había costado mucho dinero obtener.
Luego tiró de la cadena mirando como el agua se llevaba el papel…
Y su pasado.
Espero vengas pronto a comer tortilla….
Un abrazo.
Volví al blog porque me acontecen sentimientos dificiles de llevar, y trato de hacelos fácil.
Vuelvo a entrar al blog que más me gusta leer y me sigo encontrando con maravillas. Je! Un gran abrazo Luis, encantado de leer!
Leído. Salud.
Sospecho, Nieves, no conoces a Santiago…
Si te lees esta entrada y la siguiente lo comprenderás un poco más:
http://luisbenavent.blogspot.com/2007/09/en-el-bar-primera-parte.html
http://luisbenavent.blogspot.com/2007/09/en-el-bar-final.html
Entonces, ¿la chica deja la droga y se mete a puta? pobrecilla