Idonia, la suiza

Idonia era una mujer pequeña, delgada, rubia, con el pelo corto y unos enormes ojos azules.

Era soltera y trabajaba en una multinacional, en el departamento de Recursos Humanos.
La conocí en un viaje que tuve que hacer a Suiza, para negociar varios temas que afectaban a personal de mi país.
Las negociaciones fueron duras, por no decir durísimas.

Me pareció increíble que una persona tan pequeña pudiera ser tan agresiva a la hora de defender los intereses de su empresa.
Me sorprendió igualmente descubrir el gran desprecio que sentía hacia los trabajadores objeto de negociación. Para ella no eran más valiosos que cualquier mueble de la oficina o cualquier máquina de las múltiples fábricas que producían para la multinacional.
Era incapaz de imaginar siquiera que un empleado pudiera tener vida personal. Descubrí que no tenía escrúpulo alguno en despedir a cualquier persona, sin importarle un ápice sus circunstancias personales.

Afortunadamente, tras aquel viaje, no surgieron más motivos para tener que volver a negociar con Idonia y con los años me quedó de ella únicamente el recuerdo de aquel viaje y la imagen de aquella persona menuda pero dura e intransigente negociadora.

Años más tarde alguien me comentó que aquella mujer había dejado de trabajar en la multinacional. Indagando un poco más me enteré de las razones de ello.

Una mañana empezó a sentir una opresión en el pecho que, no tardó en extenderse hacia los hombros y la mandíbula. Empezó a sudar y notó sensación de ahogo.
Llamó a su secretaria y le dijo que llamara a una ambulancia, que algo grave le estaba pasando. Una vez llamada la ambulancia, con la ayuda de su secretaria bajaron al Hall y allí Idonia cayó al suelo.

Afortunadamente llegó la ambulancia de inmediato.
Se trata de un infarto – le dijeron a la secretaria cuando ella les explicó los síntomas.
La levantaron del suelo y la pusieron en la camilla. Auscultaron su corazón. Estaba parado.
Corriendo llevaron la camilla hasta la ambulancia.
Una vez dentro intentaron reanimarla.
Por lo que supe, estuvo dos minutos muerta hasta que consiguieron reanimarla.
Pasó tres semanas en el hospital. Luego siguió un mes de asistencia psiquiátrica hasta que le dieron el alta.

Me enteré que le había quedado una lesión en el corazón y los médicos no le daban mucho más de cinco años de vida.
Luego fue a la oficina y dejó el empleo.
Supe que vendió su casa y desapareció.

Pasaron dos años y, un día, hablando por teléfono con una amiga de Buenos Aires, ésta me explicó:

– ¿Sabes?. Ayer estuve en el barrio de San Telmo, paseando con Noelia, una buena amiga. Los domingos este barrio está lleno de turistas. Podés escuchar el tango, hay distintas orquestas. El baile es libre. Hay un profesor pero puede bailar quien quiera. Y bueno, ahí no hay distinción. Se mezclan chinos con americanos, alemanes con españoles, jovenes con viejitos. Y todo el mundo baila tango. Es hermosísimo.

«Y después, seguimos caminando. San Telmo es encantador y podés ver muchas cosas. Vimos una parejita que son bailarines. Se ponen a bailar y se llena de público para verlos. Entonces hacen como una actuación entre ellos. Son dos chicas y un chico y, por ejemplo está bailando la primera pareja y aparece la otra mujer y hace así como que están peleando. La mujer que entra, saca a la chica y se pone a bailar con el hombre y él pone cara como diciéndose ¿qué pasó? y el público lo mira, divertido».

«Después viene una chica bajita, de pelito corto, bonita de cara y le hace eso mismo a la que estaba bailando, que es una bailarina profesional. La saca así del baile. ¡Y ella era del público!. El público se quedó asombrado. Y se pone a bailar con él. El bailarín pensó que esa mujer sabía poco y nada. Bueno. La cosa es que ¡se lució tanto!. La chica bailaba muy bien. Yo digo que mejor que la bailarina profesional. Y bueno, hacía unos cortes, estiraba las piernas y las volvía a juntar».

«Lo llevaba a él. Porqué en realidad en el tango el hombre lleva a la mujer. En este caso ella era la que dominaba todo. Y con mucha gracia. Siempre estaba sonriendo con la manito arriba al hombro de su pareja. Cuando terminó la pieza la chica, muy elegante, sabiendo lo que hacía, se baja, hace como un saludo. El público aplaude – y mucho – y ella le saca el sombrero al hombre y se pone a pasar la gorra muy animada y sonriendo».

«Todo el público pensó que la chica era argentina. En realidad la gran sorpresa fue cuando el bailarín le preguntó: ¿sos argentina?. Ella dijo, no, soy suiza. Hablaba español, pero lo manejaba bien y todos empezamos a aplaudir, asombradísimos. Y bueno, la cosa es que fue muy emocionante y yo sentí mucho orgullo que una persona que no era argentina pudiera bailar tan bien el tango».

Pedí me describiera más a esa mujer.

¿Hace falta que diga quién era?.

Relacionadas:

Subscribe
Notificación de
guest
2 Comments
recientes
antiguos most voted
Inline Feedbacks
View all comments
Ludwig
16 años ago

Pues es triste pero es así, Xavi.Siempre necesitamos un buen golpe para que reaccionemos y nos planteemos el cambio.Supongo que una buena bofetada nos sirve para que nos demos cuenta de lo frágiles que somos y para reducir el tamaño de nuestro ego.Y es entonces cuando hacemos aquello que antes éramos incapaces de hacer, debido a un montón de causas, por regla general estúpidas que, al recibir la bofetada, desaparecen como por arte de magia.Somos así, Xavi.

Xavi
Xavi
16 años ago

M’agradat molt aquesta analogia. Crec que em recorda quelcom conegut. Però té alguna cosa trista a la fi, com és el fet que algunes persones només poden canviar si està la seva salut en joc. Tanmateix, benvingut sigui el canvi. Si més no, no faran més mal.Bones vacances amic.Xavi