El implante

Año 2030.

Llevaban casi una hora y media practicando sexo en la gran cama redonda de la habitación de Ignacio.
Aún no hacía más de tres horas que se habían conocido en la discoteca. La verdad es que ella, Juana, era de esas chicas que no pasan desapercibidas. Sus enormes ojos, aquella piel morena y suave y, sobre todo, su sonrisa, atrajeron la mirada de Ignacio, que decidió conocerla.
Charlaron un buen rato y antes de darse cuenta ya estaban besándose. Luego él le propuso ir a su casa y allí estaban, sobre la cama, recobrando el aliento, tras una buena y larga sesión de sexo.
– Uf, chico. ¡Menuda pasada! – jadeó ella -. ¡Eres una máquina!. ¡Llevo cuatro orgasmos!.
– Gracias por el cumplido.
– ¿Cumplido?. ¡De eso nada!. Acostumbrada como estaba a tantas eyaculaciones precoces de los chicos de nuestra edad, lo tuyo es toda una hazaña. ¿Cómo lo haces para tener tanto control?.
– Luego te lo cuento, que ahora me estoy meando. Déjame ir un momento al lavabo – Ignacio saltó de la cama y fue hacia una puerta de la habitación.
Juana, tumbada sobre la cama, cerró los ojos y se concentró en su teléfono. Al momento vio un menú del que seleccionó la pantalla de mensajes. Oyó una voz:
– No hay nuevos mensajes ni anotaciones en la agenda.
Juana se desconectó.
Ignacio salió del baño y se tumbó al lado de Juana. Le acarició la espalda y la besó. Ella deslizó su mano hacia su entrepierna.
– ¡No puede ser!. ¡Ya estás excitado de nuevo! – exclamó asombrada.
– Hombre. ¿Qué quieres que te diga, si estás para mojar pan? – la abrazó con fuerza mientras la volvía a besar.
Evidentemente, volvieron a hacer el amor.
– ¡Atención!, ¡atención! – sonó una voz dentro de Ignacio -. Dentro de dos minutos tendrá una eyaculación precoz.
– ¿Cómo? – pensó él, sorprendido -. ¡Retardala!.
– Le quedan ciento diez segundos para la eyaculación. Para activar el retardo ha de comprar retardador en nuestra tienda, a un precio de dos euros por unidad. Le recordamos que cada unidad le da una autonomía de…
– ¡Conéctame a la nube!. ¡Allí tengo varias unidades disponibles del retardador!.
– Le quedan cien segundos para la eyaculación inminente. Conectando a la nube…
– Le quedan noventa segundos. Conectando a la nube…
– Le quedan ochenta y cinco segundos. Imposible conectar a la nube. Por favor. Verifique su conexión.
– Mierda – pensó Ignacio -. Pues conecta a la tienda.
– Le quedan ochenta segundos. Elimino su primera instrucción por ser una palabra que está contenida en el diccionario de palabras malsonantes.
– ¡Conecta a la tienda! – ordenó Ignacio.
– Le quedan setenta y cinco segundos. Conectando a la tienda… Conectado.
– ¡Compra diez unidades de retardador!.
– Le quedan setenta segundos. Comprando diez unidades de retardador, que dan un total de veinte euros, iva incluido. ¿Está usted de acuerdo con la compra?.
– Si. Estoy de acuerdo.
– Atención. Le quedan sesenta segundos. Su pago va a efectuarse con la tarjeta de crédito terminada en 2856. ¿Está usted de acuerdo?.
– Si.
– Atención. Le quedan cincuenta segundos. Efectuando el pago ordenado por usted…
– Atención. Le quedan cuarenta segundos. Pago mediante tarjeta de crédito terminada en 2856 no se puede verificar. Posible fallo de conexión con la tienda.
– ¡Reinicia el chip!.
– Atención. Le quedan treinta segundos para eyaculación inminente. Procedo a la reinicializacíón.
– Atención. Le quedan veinte segundos. ¿Está usted seguro de que quiere reiniciar el chip?. La máquina se parará.
– Si, estoy seguro.
– Atención. Le quedan diez segundos. Reiniciando…
– ¿Qué te ha pasado?. Eso si que no me lo esperaba – Juana estaba enfadada – ¡Estaba en lo mejor!.
– Lo siento. Me ha fallado el chip.
– ¿Cómo?. ¿Llevas un chip retardador?.
– Si – contestó él con humildad -. Han fallado las conexiones y no he podido comprar unidades retardadoras.
– ¿Qué marca y modelo de retardador llevas?.
– RETARD 2223.
– ¡Joder!. ¡Como te las gastas!. Es de lo mejorcillo. ¿Lleva software original? – preguntó, aunque luego ella misma contestó a la pregunta -. Claro que has de llevar el original, si cada vez has de pasar por la tienda.
– Claro. ¿Hay otra forma?.
– Desde luego. Además las alternativas no te hacen gastar dinero. Y, lo que es mejor, no se limitan a retardar y mantener una erección. Tienen muchísimas más prestaciones. Pueden controlar tu cuerpo entero. Elimininar un dolor de cabeza, quitarte la acidez de estómago…
– No tenía ni idea de eso. ¿Me puedes conseguir otro software?.
– Deja que lo mire – Juana se conectó mentalmente al móvil y empezó a navegar por Internet -. Nos hace falta cambiar el bootloader e instalar una room que sea buena. Vale. Ya tengo lo primero. Bajando… bajado – iba diciendo en voz alta -. Ahora busco una room. Hay dos. Deja que mire las prestaciones de cada una para saber cual es mejor…
Ignacio esperó en silencio.
– ¡Ya lo tengo!. Esta es la mejor. Ya la estoy bajando.
– No tendré problemas con los cambios, ¿verdad?. Me aterroriza tener que pasar de nuevo por el quirófano para que me extraigan el chip del cerebro.
– Tranquilo. Domino la materia. Me dedico a eso – repuso Juana -. Por cierto. Si te hago este favor, tu me harás otro a mi, ¿verdad?.
– Claro.
– ¡Hombre!. ¡Ignacio!. ¡Que mala cara tienes! – lunes, empresa, máquina de café, su amigo Pedro, la única persona en la Innombrable, que no consideraba un «compañero-competidor», por ser el único que sabía no le iba a traicionar, quizás porqué no estaba en su departamento, además de ser alguien incapaz de hacer daño a un mosquito -. Se diría que te ha violado aquella antigua jefa que tuviste hace años, por las ojeras que enmarcan tus ojos.
– ¿Quién?. ¿Felisa?. Pues casi.
– No lo entiendo. Si te vi salir de la discoteca con aquel bombón capaz de provocar taquicardia a un salmón ahumado…
– Lo positivo es que cambió el software de mi chip implantado. Me puso uno que es una maravilla. Ella es informática – aclaró -. Ahora tengo control total sobre mi cuerpo, sin tener que ir comprando extensiones para el chip.
– ¿Y la parte negativa? – preguntó Pedro.
– Una vez instalado el software se conectó al chip y activó alguna cosa que me dejó completamente inmóvil, eso si, con el arma en ristre. Luego disfrutó de mi cuerpo durante casi tres horas.
– Yo hubiera pagado por ello. Al fin y al cabo es ésta una de las mejores fantasías que tenemos los hombres. Disfrutaste, ¿no?.
– Como un enano.
– Pues menos mal – dijo Pedro – que esta es la parte negativa.
– No creas. La parta negativa no te la he contado aún. Trajo a una amiga y ella se fue. La amiga estuvo conmigo el resto del fin de semana.
– ¿Fea?.
– Imagínate a Felisa sin depilar…