Conversaciones en el hoyo 19: obras

— ¿Cómo ha ido el arreglo del lavabo?— preguntó Inés a Santiago.
Santiago, tras el ictus que había sufrido, había sido convencido por sus “hijas” para que cambiara su bañera por una ducha. Podrás ducharte sin problemas, sin tener que levantar la pierna cada vez que entres en la bañera para ducharte.
— Pues ya está listo. Pero me ha llevado mucho tiempo—contestó Santiago, riendo—. Si no he vuelto a tener un ictus, ha sido un milagro.
— ¿Qué quieres decir?. ¿Qué ha pasado?—preguntó Juan, sorprendido.
— Una semana después de salir del hospital empecé a trabajar el tema del lavabo—explicó Santiago—. Un vecino me acompañó a una multinacional que se dedica a ello. La vendedora de L&M, que es como se llama esa empresa, me hizo números y me dijo que iba a enviar a una persona a casa, previo pago de 35 euros, para que viera el baño, tomara medidas y con esos datos me harían un presupuesto. Una vez con el presupuesto, fui al ayuntamiento a informar sobre la obra que iba a realizar. Y como el presupuesto excedía los cinco mil euros, me dieron un montón de papeles que tenía que cumplimentar, además de comunicarme que tenía que pagar al ayuntamiento por hacer la obra.


—¿Pagar por hacer obras en casa?—Pascual estaba sorprendido.
—Desde luego. Los políticos, pobrecillos ellos, han de vivir y eso cuesta dinero que han de sacar de alguna parte—respondió Santiago, riendo—, por ejemplo del incauto que quiere cambiar su bañera por una ducha.
—¿No les basta con lo que cobran por los sobornos?— preguntó Juan.
— Al parecer, no—contestó Inés.
—Continúo con la explicación—Santiago bebió un sorbo largo de su vaso de agua (la cerveza la tenía prohibida por el médico)y explicó—: Menos los antecedentes penales, el ayuntamiento pedía de todo, incluso el consentimiento de los vecinos para hacer la obra. Muchos de esos papeles los tenía que cumplimentar la empresa y por eso les llamé. Me dijeron que iban a desglosar el presupuesto en dos, ninguno de los cuales superaría los cinco mil euros, para no tener que pagar al ayuntamiento. Cuando me enviaron los presupuestos volví al ayuntamiento con uno de los dos presupuestos y me dieron los papeles que la empresa tenía que cumplimentar. Los envié a la empresa y ellos me dijeron que tenían subcontratada la obra y que no podían cumplimentar esos datos por razones de privacidad.


— ¡Anda la osa!— exclamó Pascual—. y ¿qué hiciste?.
— Pedí la devolución del dinero. Ya había pagado todo el presupuesto. Tardaron una semana pero lo conseguí. Luego me dediqué a buscar otras empresas que hicieran ese trabajo. Al final di con una que me gustó. Me hicieron los dos presupuestos y yo les envié los papeles que tenían que cumplimentar. Cuando los recibí regresé al ayuntamiento y, ¡oh sorpresa! me dijeron que yo no tenía que aportar esos papeles. Que según la normativa tenían que aportarlos las empresas, de forma telemática. Afortunadamente me dieron un teléfono de ayuda y me volví a poner en contacto con la empresa y se lo comuniqué, dándoles el teléfono que me había facilitado el ayuntamiento. Y ¡otra sorpresa!. Se acabaron los problemas y ya pude hacer la obra.
— y ¿todo bien?—preguntó Juan.
— Hombre. Si descontamos la gran polvareda que organizaron en casa… Incluso entró polvo dentro de los armarios cerrados. El chico que se encargaba de fregar no cambiaba nunca el agua de la fregona y yo tenía que decirle que lo hiciera. Por suerte terminaron en cuatro días.
— Tema solucionado, supongo— dijo Inés.
— No creas. Esperé unos días a que se secara todo y un día empecé a usar el cuarto de baño. ¡No salía agua caliente en el lavabo!. Llamé a la empresa y me enviaron a una persona. Resulta que había entrado tierra de la obra en el manguito del agua caliente y en el filtro del grifo. Una vez limpiados ya tuve por fin el cuarto de baño operativo. Más adelante descubrí que el marco de la puerta no encajaba. Les volví a llamar y vinieron. ¿Arreglaron el marco?. No. Se limitaron a poner silicona en los huecos que no encajaban con el marco. Como vi que aquella gente no daba para más, les dejé hacer la chapuza. Es evidente que carecen de un buen carpintero para arreglar semejante desaguisado.¡Gracias Paco! —le dijo al camarero que le había traído un vaso de agua.
— ¿Lo volverías a hacer?— preguntó Juan.
— ¡Nunca!.

Conversaciones en el hoyo 19: la segunda guerra mundial

—A falta de seis hoyos, nos cae el diluvio universal—protestó Santiago mientras, con sus compañeros, se sentaba en una mesa del bar. El camarero fue hacia ellos.
—¿Qué desean tomar?.
—¿Tenéis helados que no sean industriales?—preguntó Pascual. Miró hacia la barra y vio la nevera de los helados con la marca de una conocida empresa grabada en el frontal—ya veo que no. Pues tomaré un cortado.
—Una cerveza para mi—dijo Santiago.
—Un café solo—dijo Inés. El camarero se dirigió a la barra e Inés preguntó a Pascual:—¿qué les pasa a los helados industriales?.
—Tienen algún componente que me repite en el estómago. Algún conservante, antioxidante o lo que sea. Siempre busco heladerías que elaboren sus propios helados y ya me parecía que en el bar de un golf es muy poco probable que tengan helados propios.
—Pues ahora que lo dices, me pasa algo parecido cuando tomo un helado—dijo Inés, mientras el camarero, ya de vuelta, iba dejando los cafés y la cerveza en la mesa.
—¿Será que sois unos finolis?—apuntó Santiago, riendo.
—Es posible—repuso Pascual, mientras el camarero regresaba a la barra—. Tal vez estoy demasiado acostumbrado a los helados artesanales y cuando tomo uno industrial, noto la diferencia al momento y mi estómago me lo recuerda el resto del día.


—Acabo de terminar un libro que me ha encantado—dijo Inés, cambiando de tema—. Se llama “bajo un cielo escarlata”, de un tal Sullivan. Narra la historia de un joven en Milán, durante la guerra, en plena ocupación Nazi.
—Uf. Tiene pinta de ser un libro duro de leer—opinó Santiago.
—No te negaré que alguna vez, durante su lectura, se me saltaron las lágrimas—repuso Inés—. Pero y sin haceros spoilers, el protagonista salvó la vida de muchos judíos y espió al general del que era chofer, ayudando así a la resistencia. Además, me ha dado una nueva perspectiva al famoso “Nessun dorma” de Puccini.
—¿Qué pinta Puccini en la historia del libro?—inquirió Santiago.
—Puccini no pinta nada. Sin embargo, su aria si tiene relevancia en el libro.
—¿Conoces la aria?—preguntó Santiago a Pascual en voz baja.
—Desde luego. Es de la ópera Turandot, que Puccini no llegó a terminar, ya que murió, poco después de componer “Nessun dorma”. Y seguro que conoces la aria. La has oído muchas veces—dijo Pascual, que cerró los ojos, se aclaró la garganta y cantó a media voz: “Ma il mio mistero è chiuso in me, il nome mio nessun saprà!, no, no sulla tua bocca lo dirò!… quando la luce splenderà, ed il mio bacio scioglierà il silenzio che ti fa mia!…”.
—¡Bravo!—aplaudieron Inés y Santiago.
—Tenías razón. La conozco. ¡La ponían en el Madrid antes de los partidos!—rio Santiago.
—¿Desde cuando te interesa el fútbol?—preguntó Inés—. Desconocía esta faceta tuya.
—Nunca me ha gustado, pero cuando tienes un bar, has de tener una buena pantalla para que los parroquianos puedan ver el fútbol. No lo miraba, pero lo oía.


—Pues ya puestos en la segunda guerra mundial, os recomiendo una película: “la conspiración del silencio”, de Giulio Ricciarelli.
—¿Cine bélico?—preguntó Santiago.
—No—repuso Pascual—. Pero es una película curiosa. Al terminar la guerra, los alemanes se enteraron de las atrocidades que habían cometido los nazis durante la misma. Sin embargo, en 1958 un fiscal, harto de tener que dedicarse a infracciones de tráfico, empieza a investigar las denuncias de un periodista sobre los campos de concentración y poco a poco va descubriendo que las atrocidades que hubo en esos campos no son producto de una minoría de nazis si no de toda una generación de alemanes. Alemanes que al acabar la guerra, colgaron sus uniformes y vestidos de paisano, regresaron a sus casas y “aquí no ha pasado nada”. Verdugos, torturadores, asesinos, durante años vivieron en la impunidad hasta que ese fiscal empezó a investigar, por medio de supervivientes de los campos de concentración y también a través de la excesiva burocracia de los nazis que lo tenían todo documentado.
—No sé que me recuerda…—ironizó Inés.
—Los dirigentes alemanes—Pascual iba lanzado—no quería saber nada de estos hechos y de ahí que hubiera esa conspiración de silencio. Mucho trabajo le costó al fiscal conseguir un cierto apoyo de sus superiores y al final, consiguió inculpar a un montón de personas que habían intervenido directa e indirectamente en las salvajadas que habían ocurrido en los campos de exterminio.
—Lo cual demuestra—apuntó Inés—el grado de civilización de los alemanes. ¡Que diferencia de país!.
—¿Comparado con cual?—preguntó Santiago.
—Con el nuestro—contestó Inés—. Y me paro aquí. Ha dejado de llover, está saliendo el sol y nos quedan seis hoyos por jugar. ¿Vamos?.
—¡Y tanto—contestaron ambos compañeros, levantándose de sus sillas.
—A ver cómo pateamos con los greens anegados—rio Pascual.