– Señor Zaforteza. Está aquí su hija – dijo la enfermera, mientras se apartaba para dejar pasar a una mujer.
– ¡Hija!. ¡Cuánto tiempo!. Empezaba a pensar que te había pasado algo. Pero, siéntate. ¿Cómo te va, hija?.
– Bien, Papá. Todo como siempre – dijo mientras se acomodaba en un sillón.
– Bueno. Me alegra que hayas encontrado tiempo para visitar a tu padre al asilo.
– ¿Cómo te va a ti, Papá?. Me he enterado de que estás haciendo cosas no demasiado legales…
– Desde luego que son legales, hija. Mal andaríamos si no se pudiera sacar los trapos sucios de nuestros políticos en plena democracia.
– ¿Cómo se te ocurrió hacer eso?.
– Me lo aconsejó el psicólogo, Pascual, se llama. Su idea ha cuajado y la mitad de los residentes de este centro nos estamos dedicando a trabajar en ello. Por lo que me he enterado, otras residencias están dedicándose a lo mismo que nosotros. Además los funcionarios de la administración nos están ayudando mucho. El cinco por ciento de sueldo que les han rebajado nos ha ido muy bien y cuando encuentran irregularidades en documentos nos los hacen llegar.
– Y cuando no es así, recurres a tu nieto, ¿no? – dijo la mujer.
– No exactamente. Tu hijo, mi nieto, nos enseña a utilizar los ordenadores y la conexión a Internet. Él y sus amigos nos han montado la red que tenemos aquí. Incluso nos han contratado servidores en el extranjero para poder publicar nuestras averiguaciones. Así nuestros políticos, esa pandilla de corruptos, lo tienen más difícil para cerrar nuestras páginas.
– Entonces, ¿no está en peligo mi hijo?.
– Eduardo, a pesar de sus doce años, sabe perfectamente cómo navegar si dejar rastro. Creo que usa una cosa que se llama algo así como proxy.
– Estás jugando con fuego, Papá. Me da miedo lo que haces.
– No te preocupes hija. No tengo nada que perder. Hace un par de meses no tenía ganas de vivir. Me sentía inútil. Algo así como un trasto que ya no tiene utilidad alguna, aparcado aquí, a la espera de que mi corazón se pare. Y ahora tengo una razón para seguir viviendo. Y los que me ayudan aquí se sienten tan bien como yo. Sólo por eso ha valido la pena.
Apareció de nuevo la enfermera.
– Señor Zaforteza. Tiene otra visita. Un tal señor Fernández, no se qué. Le he hecho pasar a la sala de las visitas.
– Gracias Ester. Ahora voy. Avise al señor Radigales, por favor – miró a su hija y le sonrió -. Lo siento, guapa. He de dejarte. Este pájaro que ha venido me está esperando y no se puede hacer esperar a un alcalde.
Cuando Zaforteza entró en la sala de visitas se encontró con un hombre muy alterado.
– Buenas tardes señor Fernández – le saludó.
– ¿Qué es eso que va a publicar acerca de mi gestión como alcalde?.
– Nada del otro mundo. Los resultados de algunas pesquisas que vienen a demostrar que usted se embolsó un par de millones de euros, licitando unas obras.
– Yo no hice nada de eso.
– Entonces no tiene nada de que preocuparse – dijo Zaforteza sonriente -. La verdad siempre pone las cosas en su sitio.
– ¿Cómo puedo parar esa publicación?. Es falsa pero puede hacerme daño ahora que se acercan las elecciones.
– Quizás tenía que haberse hecho esta pregunta recién llegado a la alcaldía, ¿no cree?.
– Esta bien, ¿cuánto dinero quiere?.
– Nada. No necesito nada Aquí estoy bien atendido. No necesito ningún dinero.
– Y aún así va a publicar eso… ¿Por qué lo hace?.
– Para intentar mejorar una sociedad que se resquebraja por todos lados – contestó Zaforteza.
– Si usted publica eso yo me encargaré que tanto su hija como su yerno se queden sin trabajo – dijo el alcalde levantando la voz.
– ¿Es una amenaza?.
– ¡Claro que es una amenaza!.
– En este caso, creo que no tiene objeto seguir hablando. Quiero mucho a mi hija y no quiero hacerle daño. Déjeme que lo piense y ya le diré algo. Por cierto y entre nosotros, ¿se hizo con ese dinero?.
El alcalde abrió la puerta, miró atrás y contestó:
– Claro. Si conociera a mi mujer lo entendería.
Luego salió
– Eduardo. Necesito tu ayuda.
– Dime abuelo. ¿Qué pasa?.
– Tengo una película…
– ¿Ya has utilizado la cámara wifi que puse en la sala de visitas?. ¿Ha venido el pájaro?. ¿Radigales consiguió hacer una grabación decente?.
– Si. Y ha quedado de maravilla. La tengo en el disco de mi ordenador. ¿Podrás conectarte y copiar la película para publicarla en youtube?.
– ¿Tienes arrancado el ftp?.
– Si.
– Bueno. Me pongo en ello. Pero yo diría que esa película durará poco en Youtube. Te la pondré también en otros lugares alternativos, por si el tío ese intenta ejercer su autoridad para hacer retirar la película. Y enviaré los links a los principales periódicos del país. ¡Dios!, ¡que pasada!.
– ¿Qué pasa, Eduardo?.
– Nada. Estoy viendo la peli y está perfecta.
– ¿Mientras hablabas conmigo…?
– Si, abuelo. La he copiado y ahora la estaba viendo. ¡Es fantástica!. ¡Y el sonido es perfecto!. Felicita a Radigales de mi parte. Ah. Y felicidades para ti. Lo hicistes perfecto para sonsacar la información al alcalde.
– Gracias hijo. Dale un beso a tu madre de mi parte. Buenas noches.
Aquella noche Zaforteza se durmió sonriente y feliz.
Sabía que se iba a armar la gorda.
Y se armó, por cierto.