Al entrar en el despacho miré distraídamente toda la ostentación de la que hacía gala, mientras pensaba que esa era la primera vez que estaba realmente tranquilo frente al director. Hasta entonces nunca me había sentido demasiado sosegado en su presencia, quizás debido a la importancia del cargo y al derroche de lujo de su despacho.
A medida que me acercaba me iban llegando fragmentos de su conversación.
– … Desde luego que si… No, claro… ¿quien demonios es ese tío?… ¿y no hay forma de pararle los pies a ese tal Pamies?… No me digas eso, que para algo te estoy pagando. ¿Quién crees que te puso en el cargo?. ¿Piensas que te puse ahí para que ahora me digas que no puedes hacer nada?. Ese cabrón está regalando esa maldita planta a quien se la pide… ¿No tenía abiertos un par de expedientes sancionadores?. Pues métele un par de multas millonarias y acaba con él… ¿Qué?. ¿Slow Food?. ¿Es de la organización?… ¡El tío no es tonto!, por lo que veo.
Llegué por fin a la mesa y sin esperar la invitación, me senté frente a él. El director me miró con cara de contrariedad y sigió hablando:
– El asunto de la “Stevia» hay que solucionarlo y lo antes posible. Si corre la voz, nuestras ventas caerán en picado. ¿Que tienes presión social?. Como no actúes te voy a hacer sentir en tu propia carne lo que es verdadera presión… Oye. Vamos a hacer una cosa. Deja que indague sobre ese Pamies y te digo lo que has de hacer. ¿Vale?. Muy bien. Adiós.
Colgó el auricular y, sin mirarme, lo volvió a descolgar.
– Maria. Quiero en media hora un informe sobre un tal Josep Pamies, miembro de Slow food y de algo así como «som lo que sembrem«…
Volvió a colgar el teléfono y entonces me vio.
– Oh. Perdona Ernesto. Tenemos una crisis y de las gordas. Hay un cabrón que anda cultivando y repartiendo stevia por todo el mundo.
– Imagino que es una planta – le dije -. ¿Una droga?.
– No. Ojalá lo fuera. Se trata de una planta que tiene propiedades curativas para la diabetes.
– Fantástico, entonces.
– ¿Fantástico? – gritó enfurecido -. Esa puta planta puede dejarnos a todos sin trabajo. Si la gente empieza a utilizarla, se nos acaba el negocio de la diabetes. Hasta ahora teníamos a millones de personas que iban viviendo y regulando su enfermedad a base de nuestras pastillas. Si resulta que esa planta hace lo mismo que nuestros medicamentos, estamos hundidos. Lo peor es que los políticos, que al fin y al cabo pagamos nosotros, no se atreven a atajar la situación, por temor a la reacción popular…
Sonó el intercomunicador.
– ¿Si?.
– Ya tenemos el informe. Hace ya unos meses que vamos siguiéndole la pista a ese tal Pamies.
– ¡Tráigalo!.
Casi al momento se abrió la puerta y la secretaria cruzó con largas zancadas la habitación, hasta llegar a la mesa. El director cogió la carpeta que ella le dio y le hizo ademán de que se fuera.
Una vez salió la secretaria, el director abrió la carpeta y empezó a ojearla.
– Menudo el pajarraco… En contra de las multinacionales farmaceuticas, en contra de los transgénicos… Nos acusa de crear medicamentos paliativos y no curativos…
– Lo cual es básicamente cierto… – añadí.
– También está en contra de las patentes de los medicamentos, de las normas de etiquetado de los productos…
– No me extraña – dije -. Que nosotros podamos hablar de las propiedades del Omega 3 en nuestros productos lácteos y que no se pueda decir lo mismo en una lata de sardinas que es de donde se extrae, clama al cielo.
– ¿De parte de quién estás, Ernesto? – el director dejó el expediente sobre la mesa y me miró enfurecido.
– Mientras fui un pobre imbécil que desconocía los manejos de esta empresa, estuve a favor de ella. Pero han pasado cosas. No puedo creer que lo único importante para vosotros sea el dinero. Pamies tiene razón cuando dice que nos interesa más crear medicamentos que mejoren a los enfermos que curarlos del todo. Así nos aseguramos unos ingresos constantes. Tampoco veo con buenos ojos la táctica de crear nuevos medicamentos prácticamente idénticos a otros, para prolongar las patentes. Tampoco entiendo que corrompáis a los políticos para que impidan el uso de plantas capaces de curar lo que nuestros medicamentos no son capaces. No puedo creer tampoco que haya en esta empresa gente tan corrupta que permita el uso de ingredientes que se ha demostrado son cancerígenos, a base de corromper organismos de sanidad y hacerles modificar informes – callé un momento y añadí -. ¿Sabes?. Hace un mes regresé de Africa.
– Ah, si. Fuiste a un safari fotográfico, ¿no?. ¿Cómo te fue?.
– Aprendí mucho. Descubrí que ya no estamos enviando medicamentos contra la malaria a aquel país. Hay millones de enfermos de esta enfermedad y nada para curarlos.
– Si. Lo dejamos, por no ser rentable.
Me puse de pie.
– Mi esposa cayó enferma de malaria. Y no pude hacer nada por ella. No fui capaz de encontrar ni un puñetero medicamento para salvarla. Murió al cabo de una semana.
Saqué la pistola del bolsillo y apunté a su pecho. No dijo nada. Me miraba como quien no cree lo que está viendo.
Disparé y volví a disparar…
Vacié el cargador.
Luego oí un ruido en la ventana y sentí un pinchazo en el cuello.
Después, oscuridad.