—Por poco no nos dejan jugar—protestó Santiago—. Cuando hay competición todo se trastoca. Menos mal que era local, entre socios del club. Llega a ser una competición oficial y nos hubiéramos quedado sin jugar.
—Lo que me sigue sorprendiendo es la formación de los grupos de jugadores—dijo Juan.
—¿A qué te refieres?.
—Hombres y mujeres separados—aclaró Juan.
—Tiene una cierta lógica—aclaró Inés—. La respuesta corta es que a los hombres os encanta mirarnos el culo cuando hacemos un swing. Y a las mujeres normales no nos gustan esas miradas.
—Salvo que sean putones en celo, a la búsqueda de marido ó amante—añadió Pascual.
—¿Y la respuesta larga?.
—Ese machismo que os domina a los hombres—explicó Inés—. Aunque no os deis cuenta las mujeres detectamos un cambio de actitud en los hombres cuando aparecemos en escena. Las conversaciones cambian, pretenden convertirse en más ingeniosas, aunque en realidad acaben siendo un montón de paridas sin un ápice de gracia.
—¡Joder!.
—Conste que no me refiero a vosotros—aclaró Inés—. Con vosotros se puede hablar de cualquier cosa, aunque ocasionalmente descubro que todavía os queda algún resquicio de machismo. Alguna veces noto en vuestro comportamiento un cierto proteccionismo hacia mí, que no me gusta. Fijaros por ejemplo, cuando pierdo mi bola en el bosque. Los tres me ayudáis a encontrarla. Y sin embargo, cuando Santiago ó Pascual pierden su bola, la han de buscar solos. A no ser que yo ayude a buscarla. Entonces, inmediatamente todos los demás acudís a buscar la bola perdida. O cuando, durante el aperitivo, tengo que ir a la barra a pedir algo, nunca me dejáis. Siempre va uno de vosotros. ¿No es eso machismo?. Tenéis la tendencia a proteger a las mujeres. ¿Somos acaso inferiores, que necesitamos esa protección?.
—Tienes razón. Supongo que cuesta librarse de siglos de machismo—contestó Pascual.
—Eso me recuerda la época que salía con el que sería mi marido—comentó Inés—. Era un chico que conducía con mucha prudencia, nunca corría. Pero cuando yo subía a su coche tendía a conducir agresivamente. Hasta que un día se lo reproché. Me gustó lo que hizo. Paró el coche, se bajó y me cedió el asiento del conductor. Desde entonces, siempre conducía yo cuando íbamos juntos, cosa que pocas veces veréis hacer a las parejas que van juntas en el coche. Lo “lógico” es que conduzca el hombre. Otro micromachismo…
—¡Hoy te has despachado bien!—rio Juan, divertido—. Te habrás quedado a gusto. Conste que nos lo merecíamos. Los hombres hacemos muchas cosas sin pensar en el porqué las hacemos. Posiblemente vimos en nuestros padres esos micromachismos y los asimilamos sin cuestionarlos siquiera.
—La prueba evidente es cómo jugáis al golf—contestó Inés—. Los hombres utilizáis la fuerza en el único deporte en el que la fuerza no sirve para nada, salvo para enviar la bola al bosque. El ó los inventores del golf diseñaron los palos con distintos ángulos precisamente para evitar tener que utilizar la fuerza. El problema es que el hombre no es capaz de darse cuenta de ello y cree que lo hace mejor cuando, con un wedge envía la bola a ciento veinte metros. Si jugara con un nueve, tirando suave, seguro que dejaría la bola al lado de la bandera.
Inés se levantó y fue hacia la barra.
—¿Qué querrá?. Aun queda cerveza en su vaso y no hemos acabado con ningún plato del aperitivo—dijo Santiago.
—¿No lo sabes?. Espera a que vuelva y lo sabrás—dijo Juan.
Inés regresó y se sentó con sus compañeros. Estaba contenta. Picó una aceituna, una patata frita y se las metió en la boca. Después de un largo trago de cerveza, miró a sus amigos, sonrió y dijo:
—Por primera vez en los dos años que jugamos juntos, ¡es la primera vez que consigo pagar el aperitivo!.