Conversaciones en el hoyo 19: micromachismos

—Por poco no nos dejan jugar—protestó Santiago—. Cuando hay competición todo se trastoca. Menos mal que era local, entre socios del club. Llega a ser una competición oficial y nos hubiéramos quedado sin jugar.
—Lo que me sigue sorprendiendo es la formación de los grupos de jugadores—dijo Juan.
—¿A qué te refieres?.
—Hombres y mujeres separados—aclaró Juan.
—Tiene una cierta lógica—aclaró Inés—. La respuesta corta es que a los hombres os encanta mirarnos el culo cuando hacemos un swing. Y a las mujeres normales no nos gustan esas miradas.
—Salvo que sean putones en celo, a la búsqueda de marido ó amante—añadió Pascual.


—¿Y la respuesta larga?.
—Ese machismo que os domina a los hombres—explicó Inés—. Aunque no os deis cuenta las mujeres detectamos un cambio de actitud en los hombres cuando aparecemos en escena. Las conversaciones cambian, pretenden convertirse en más ingeniosas, aunque en realidad acaben siendo un montón de paridas sin un ápice de gracia.
—¡Joder!.
—Conste que no me refiero a vosotros—aclaró Inés—. Con vosotros se puede hablar de cualquier cosa, aunque ocasionalmente descubro que todavía os queda algún resquicio de machismo. Alguna veces noto en vuestro comportamiento un cierto proteccionismo hacia mí, que no me gusta. Fijaros por ejemplo, cuando pierdo mi bola en el bosque. Los tres me ayudáis a encontrarla. Y sin embargo, cuando Santiago ó Pascual pierden su bola, la han de buscar solos. A no ser que yo ayude a buscarla. Entonces, inmediatamente todos los demás acudís a buscar la bola perdida. O cuando, durante el aperitivo, tengo que ir a la barra a pedir algo, nunca me dejáis. Siempre va uno de vosotros. ¿No es eso machismo?. Tenéis la tendencia a proteger a las mujeres. ¿Somos acaso inferiores, que necesitamos esa protección?.


—Tienes razón. Supongo que cuesta librarse de siglos de machismo—contestó Pascual.
—Eso me recuerda la época que salía con el que sería mi marido—comentó Inés—. Era un chico que conducía con mucha prudencia, nunca corría. Pero cuando yo subía a su coche tendía a conducir agresivamente. Hasta que un día se lo reproché. Me gustó lo que hizo. Paró el coche, se bajó y me cedió el asiento del conductor. Desde entonces, siempre conducía yo cuando íbamos juntos, cosa que pocas veces veréis hacer a las parejas que van juntas en el coche. Lo “lógico” es que conduzca el hombre. Otro micromachismo…
—¡Hoy te has despachado bien!—rio Juan, divertido—. Te habrás quedado a gusto. Conste que nos lo merecíamos. Los hombres hacemos muchas cosas sin pensar en el porqué las hacemos. Posiblemente vimos en nuestros padres esos micromachismos y los asimilamos sin cuestionarlos siquiera.


—La prueba evidente es cómo jugáis al golf—contestó Inés—. Los hombres utilizáis la fuerza en el único deporte en el que la fuerza no sirve para nada, salvo para enviar la bola al bosque. El ó los inventores del golf diseñaron los palos con distintos ángulos precisamente para evitar tener que utilizar la fuerza. El problema es que el hombre no es capaz de darse cuenta de ello y cree que lo hace mejor cuando, con un wedge envía la bola a ciento veinte metros. Si jugara con un nueve, tirando suave, seguro que dejaría la bola al lado de la bandera.
Inés se levantó y fue hacia la barra.
—¿Qué querrá?. Aun queda cerveza en su vaso y no hemos acabado con ningún plato del aperitivo—dijo Santiago.
—¿No lo sabes?. Espera a que vuelva y lo sabrás—dijo Juan.
Inés regresó y se sentó con sus compañeros. Estaba contenta. Picó una aceituna, una patata frita y se las metió en la boca. Después de un largo trago de cerveza, miró a sus amigos, sonrió y dijo:
—Por primera vez en los dos años que jugamos juntos, ¡es la primera vez que consigo pagar el aperitivo!.

Gutierrez organiza una visita

– Gutiérrez. El día veinte de este mes va a venir el director de la Multinacional a visitar la fábrica – le dijo el director de la fábrica al jefe de personal -. Hemos de actuar como en las otras ocasiones.

– Mal lo tenemos, esta vez, señor Fernández. Nuestro personal está en mínimos, ya que muchos hacen vacaciones.
– Si es necesario se contrata para ese día. El director hará el recorrido habitual: línea uno de fabricación y zona de envasado, además de las oficinas. Quiero que traspase a la línea dos a todas las mujeres feas, mayores y obesas. Solamente ha de ver chicas hermosas en las zonas que visite.
– Veré lo que puedo hacer. ¿El director pronunciará unas palabras al personal?.
– Me han dicho que si. En la sala general habrá que poner delante a los jóvenes y a los más agraciados. Detrás el resto, como siempre.
– Voy a encargarme de ello – dijo Gutiérrez.

Una vez en el despacho, Gutiérrez pidió una lista del personal que estaría trabajando el día de la visita.
Mal asunto, pensó. Menuda pandilla de focas tenemos ese día. No sé cómo lo vamos a hacer.
Estuvo toda la mañana llamando a agencias de trabajo temporal, para contratar chicas para ese día. Sin embargo no tuvo suerte. Hasta septiembre no tendrían personal.
¿Qué podía hacer?. Fue entonces cuando se acordó de «El Palermo».
Se trataba de un bar de alterne, de esos que tienen un bar en la planta y habitaciones en el piso de arriba.
Por probar no perdía nada.

Salió de la fábrica y se dirigió al Palermo. Una vez allí, entró en el bar y fue a la barra.
– ¡Hola guapo!. ¿Me invitas a una copa? – aquella chica que se le acercó llevaba un vestido cortísimo y con un amplio escote.
– Quisiera hablar con el encargado ó la encargada – contestó Gutiérrez – aunque también me gustaría saber dónde te has comprado el vestido que llevas.
– Es encargada. Se llama Irene. Ahora la llamo. El vestido lo he comprado por Internet – se acercó a la caja registradora, cogió un papel y un bolígrafo y escribió. Luego se lo entregó – ¡Irene!. Este señor pregunta por tí.
– Muchas gracias. Creo que si le compro este vestido a mi esposa, puedo tener un montón de noches locas…

La chica fue a sentarse a una mesa y una mujer madura se le acercó.
– ¿Querías hablar conmigo?. Soy Irene, la encargada.
– Si. Necesito a unas cuantas de tus chicas durante un día entero para que estén en la fábrica. Viene nuestro director y queremos que se lleve una buena impresión de su visita.
– Te va a salir por un pingo.
– No hay problema. Tengo carta blanca. Se trata de que tus chicas estén en la línea de fabricación, trabajando allí. El trabajo es sencillo y lo único que deberán hacer es sonreir cuando pase el director. No han de vestirse de forma extremada. En la fábrica todos llevan bata.
– Vamos a ver de cuantas chicas quieres disponer. ¡Chicas!. ¡Venid!.

Unas doce muchachas se acercaron y se pusieron en fila.
– Elige a las que quieras que vayan a tu fábrica.
Gutiérrez se levantó del taburete y fue hacia ellas. La elección no era fácil. Todas eran muy hermosas y sus vestidos realmente llamativos. Eligió a siete de ellas.
– Perfecto – dijo la señora Irene -.¿De qué día se trata?.
– Del día veinte. Deberán estar a las nueve, hasta las cinco de la tarde. Evidentemente les pagaremos la comida – sacó una tarjeta y se la entregó – esta es la dirección de la fábrica y mi nombre. Que pregunten por mi al llegar.
– Muy bien. Por cierto, ¿quieres hacer una degustación previa?. En tu caso te saldrá grátis.
– Me encantaría pero no creo le gustara a mi esposa – se levantó y se dirigió a la puerta -. Muchas gracias. El día veinte. Buenas tardes.

El veinte, a las nueve de la mañana, Gutiérrez vio llegar a las chicas. Tras recibirlas, las acompañó a la línea uno y se las entregó al encargado.
– Que se pongan la bata y que empiecen a trabajar en la línea. Enséñeles su trabajo.

Una hora más tarde, pasó por la línea y ya estaban todas trabajando. Parecían dominar sus respectivas máquinas. El encargado estaba en su mesa, sin dejar de mirarlas con ojos como platos.

A las doce aparecieron el director de la empresa y el director de la fábrica con un séquito de cuadros intermedios.
Gutiérrez se percató de inmediato de como los ojos de todos se posaban en las chicas. El director se quedó ensimismado mientras decía en voz baja algo así como «¡no llevan nada debajo!». Se acercó a alguna de las chicas y tras darles la mano, les preguntó cómo les iba el trabajo. Ellas respondieron con una sonrisa que hizo subir los colores al hombre.

Tras el recorrido, el director fue a la sala general. En primera fila estaban las siete chicas, sonrientes.
El discurso fue breve e incluso el personal notó un cierto tartamudeo en las palabras de su director, que parecía dirigirse únicamente a los siete pares de piernas de la primera fila.

Al disolverse la reunión el director se dirigió hacia su coche para marcharse.
Antes de irse decidió que tenía que ir al lavabo y fue al servicio más próximo.
Todo el séquito estuvo esperando una larga hora hasta que el director salió y, tras felicitar al director de la fábrica y despedirse de todos, subió al coche y salió hacia el aeropuerto.

Solamente Gutiérrez se había percatado del error y no dijo nada. El director había entrado en el lavabo de mujeres.
Mientras el director se despedía, Gutiérrez miraba de reojo hacia el lavabo de mujeres del que éste acababa de salir.
Primero salió una de las siete chicas. Luego otra, que captó su mirada. Ésta le sonrió y guiño un ojo.

– La visita del director ha sido un éxito – dijo Fernández, sosteniendo la hoja de gastos que le había entregado Gutiérrez -. Es más. Me acaban de comunicar que el director hará una visita mensual «de seguimiento». Considera que ésta es una fábrica modelo.
– Me alegro. Pero, ¿ha visto los gastos de la visita?.
– ¿Que más dá lo que cuesta?. El director me va a ascender y he pensado en alguien como usted para ocupar mi sitio. ¿Qué le parece?.
– Fantástico. Muchas gracias por pensar en mi.
– Lo que no acabo de entender es la hora que pasó el director en el lavabo. ¡Una hora entera!.
– Quizás no estaba bien del estómago – dijo Gutiérrez.

Dos semanas más tarde, Gutiérrez, el nuevo director de la fábrica, recibió una caja. Cuando la abrió, sonrió encantado. Dentro había un vestido idéntico al que llevaba aquella chica de «El Palermo».
En la tarjeta que encontró dentro, leyó:
«Ha sido y será un verdadero placer hacer negocios contigo. Irene».

Aquella noche en casa, Gutierrez tuvo su noche loca. Y le siguieron muchas más.