En la gasolinera

– Buenos días señor.

– Hola, buenos días. Por favor cóbrame el surtidor número cuatro.

La dependienta es una chica de alguna parte de América. Delgada, morena, con unos ojos grandes y expresivos. Se pasa la mano por los ojos para limpiarse las lágrimas. Me pregunto la razón de aquellas lágrimas. Bronca del jefe, quizás de su marido, algún problema con los hijos…

Me mira y se lanza con el guión que ha de decir a todos los clientes:
– ¿No le gustaría comprar un número de la Cruz Roja?. Le pueden tocar muchos millones.
– Si cada vez que me ofreces un número de lotería te lo comprara – le digo – hace meses que estaría arruinado.

– Así tendrá más posibilidades, señor – me contesta.
– En eso tienes razón. Aumentarían mis posibilidades. Pero, la verdad es que no necesito dinero y no creo en el que viene del cielo.
Tengo trabajo y he aprendido a vivir con lo que tengo…
– En ese caso, son cuarenta euros del gasoil – me dice la chica con una sonrisa.
– No. Cóbrame el gasoil y un número de lotería – le digo.

Anota la cantidad en la registradora, le entrego mi tarjeta y el DNI y espero a que salga el recibo. Ella me lo da, junto con la tarjeta y el DNI. Firmo el recibo y se lo doy.
– Muchas gracias – le digo -.Que tengas un buen día.

Cuando llego a la puerta la chica me grita:
– ¡Señor!. ¡Se deja el número de lotería!.
– Lo sé. Es para ti. Guárdatelo. Es tuyo.
– No puedo quedármelo.
– Desde luego que si. Te lo mereces mucho más que yo. Espero y deseo te toque una buena cantidad. Si hay algo que me parte el corazón es ver a una mujer llorando. Quizás este gesto te ayude a ver tu problema de otra forma.

La dejo allí. Se queda sonriendo.
Me subo al coche y me voy.