Ramona tenía muy claro el concepto. Siempre lo había tenido.
Se trataba del libro «El efecto Lucifer», de Philip Zimbardo.
Se lo había regalado su marido y su lectura cautivaba desde el primer párrafo.
Narraba un experimento que se había realizado en la universidad de Stanford:
«Creamos un ambiente carcelario muy realista, una «mala cesta» en la que colocamos a 24 individuos voluntarios seleccionados entre estudiantes universitarios para un experimento de dos semanas. Tirando una moneda al aire, se decidía quién iba a hacer el papel de preso y quién el de guarda. Naturalmente, los prisioneros vivían allí día y noche, y los guardas hacían un turno de 8 horas.
Al principio, no pasó nada, pero la segunda mañana los prisioneros se rebelaron, los guardas frenaron la rebelión y después crearon medidas contra los «prisioneros peligrosos». Desde ese momento, el abuso, la agresión, e incluso el placer sádico en humillar a los prisioneros se convirtió en una norma. A las 36 horas, un prisionero tuvo un colapso emocional y tuvo que ser liberado, y volvió a ocurrir a otros prisioneros en los siguientes cuatro días.
Chicos buenos y normales se habían corrompido por el poder de su papel y por el soporte institucional para desempeñarlo que les diferenciaba de sus humildes prisioneros. Se probó que la «mala cesta» tenía un efecto tóxico en nuestras «manzanas sanas». Nuestro estudio de dos semanas tuvo que parar antes de tiempo después de sólo seis días porque cada vez estaba más fuera de control.»
Ramona pensó. Se trataba de crear un ambiente diferente en el trabajo. Dar poder y soporte institucional a los jefes. Carta blanca para todos ellos. Eso les haría exigir a sus subordinados el máximo rendimiento.
Tenía que llevarlo a la práctica. Elegir un departamento y hacer la prueba. Seleccionando a las personas y dando poder a quienes tuvieran «capacidades» para ejercerlo.
Se acordó de que tenía que formarse un nuevo departamento de SAC, servicio de atención al cliente. Tenía que contratar a unas veinte personas y elegir entre ellos a cinco responsables.
Decidió que ellos serían sus conejos de indias.
Iba a incrementar el rendimiento en la Multinacional.
Durante el siguiente mes, Ramona se dedicó a la selección del nuevo personal. Para ello contrató los servicios de un psicólogo muy experimentado quien debía hacerles test para poder determinar qué cinco candidatos tenían rasgos psicopáticos, para hacerlos jefes del resto del personal.
Pascual, el psicólogo, estuvo dos semanas haciendo pruebas a todos ellos. Entrevistas, test, trabajos de redacción…
Al terminar entregó un informe exaustivo del carácter de cada empleado y la recomendación de los cinco posibles jefes.
Ramona siguió a pies juntillas las recomendaciones del psicólogo.
Y sonrió encantada cuando, dos meses después, descubrió el trabajo que salía del nuevo departamento, era casi el triple del que salía en los otros departamentos SAC de la empresa. Los trabajadores apenas cometían errores, todos los trabajos estaban al día, los comentarios de los clientes eran inmejorables…
Una delicia, vamos.
Durante el siguiente mes, Ramona hizo un informe en el que explicaba su idea y cómo la había llevado a la práctica. Incluyó estadísticas y gráficos.
Luego lo envió al director general.
Dos días más tarde fue felicitada por el director.
* * *
Paco limpió la mesa, saludó brevemente a Pascual, sirvió lo que éste le había pedido y se fue a la barra.
Pascual estaba con una persona desconocida y por eso, Paco no quería inmiscuírse en la conversación.
– Pascual. Tengo entendido que usted ayudó a la señora Ramona a elegir al personal del nuevo departamento de la empresa.
– Es cierto – contestó Pascual -. Mi labor fue elaborar el perfil psicológico de los veinte candidatos.
– Y recomendar a los más capacitados para ejercer mando, sobre el resto – dijo el desconocido – ¿verdad?.
– Cierto. ¿Me equivoqué?. ¿No funciona el departamento?.
– Funciona a las mil maravillas. Pero me dejó aterrado el informe de Ramona sobre el cómo lo ha creado – explicó el desconocido -. Lo que ha creado es algo así como un campo de concentración en pequeño.
– Bueno – contestó Pascual -. Yo no me preocuparía demasiado por ello. ¿Funciona?. Entonces, ¿qué más da?.
– ¿Qué más da?. Me revuelve el estómago pensar que la empresa que dirijo se dedica a machacar a los empleados. ¡Son seres humanos!.
– Si piensa así, creo que no voy a tener más remedio que poner las cartas sobre la mesa. ¿Quedará entre nosotros?.
– Claro.
– Cuando me recibió Ramona en su despacho no me contó lo que pretendía hacer. Sin embargo vi sobre la mesa un libro. Se trataba de «el efecto Lucifer». Cuando salí de la empresa, tras aceptar el encargo, compre el libro y lo leí. El estudio es muy interesante. Poniendo a personas en situaciones especiales, éstos eran capaces de sacar lo peor de si mismos. Entonces entendí el porqué Ramona quería que le encontrara entre todo el grupo, a cinco personas con rasgos de psicópata. Así aceleraba el proceso relatado en el libro.
– Sin embargo – continuó – el libro habla de tres tipos de personas. Tres actitudes que se dan en situaciones de ese tipo: los activos, que son los que actúan contra el resto de los compañeros; los pasivos, que permiten que los activos ejerzan su dominación sobre ellos. Y hay un grupo, el más reducido, a quien el autor llama «héroes«, que son aquellos que consiguen que esa situación no les afecte. Son personas que valoran más el bienestar de los demás. Son altruístas y gente que no aspira a ningún reconocimiento.
Pascual bebió un trago de su vaso.
– Los informes que entregué a Ramona le proponían cinco psicópatas para que actuaran como jefes. En realidad los cinco psicópatas propuestos no lo eran. Le recomendé a los que dieron muestras de poder comportarse como héroes.