En una ciudad de España, país en el que el índice de bares por habitante es de los más altos del mundo, no deja de ser una verdadera casualidad que Nuria, la Directora de Comunicación de la Multinacional en España, fuera a parar al bar de Santiago.
Entró con un hombre de su edad, que vestía traje informal, aunque elegante y fueron a sentarse a una mesa aislada en una esquina del local.
Tras pedir la especialidad de la casa, esperaron en silencio hasta que Santiago les sirvió. Luego empezaron a picotear mientras Santiago los miraba desde la barra. Al principio pensó que entre ellos había una relación de pareja, pero luego se dio cuenta de que se trataba en realidad de dos colegas que, dado que aceptaban sus silencios como algo natural, llevaban años tratándose con frecuencia.
– Miguel. Me tienes que echar un cable. Cada vez estoy más agobiada de trabajo. Necesito que aportes tu experiencia en crear un comité de crisis. ¿Has estudiado mi propuesta?. Estoy dispuesta a pagarte bien. Al fin y al cabo tienes mucha experiencia en montar comités de crisis.
– ¿Cuantos años hace que nos conocemos, Nuria? – contestó él -. Cuando te miro a los ojos, me acuerdo de aquella compañera de estudios tan llena de energía, de ideales, de ganas de comerse el mundo. Si comparo tus ojos de entonces y los de ahora, básicamente no han cambiado. Sigo viendo en ellos aquella chispa, aquella energía que tenías hace veinte años. A ambos nos han ido bien las cosas. Mi agencia funciona y tu eres una buena directora en la Multinacional. Y sin embargo veo algo en ti. Algo que no me gusta.
La mirada de Nuria estaba fija en él.
– Sabes que siempre te tuve un afecto muy especial -continuó -. Me alegré de que te casaras con Jorge, que es una muy buena persona y un gran amigo. Tenéis dos hijos encantadores. Todo en tu vida familiar es redondo. En los años que llevamos quedando para cenar, para ir al cine o para pasar algún fin de semana esquiando he podido ver que seguís Jorge y tu tan enamorados como el primer día. Y sin embargo…
– Sin embargo… – repitió Nuria.
– He estudiado la propuesta que me enviaste. Hice incluso un estudio sobre la Multinacional. Y creo adivinar ese «sin embargo» que veo en tus ojos. Por un lado estoy viendo el sinfín de campañas que estáis lanzando para mejorar vuestra imagen en todo el mundo. Dirigidas a vuestros clientes, a vuestros empleados, a vuestros proveedores… Me sorprendió sobre todo el chorro de dinero que invertisteis en ello.
– Es lógico que lo hagamos, ¿no?.
– Depende. Cuando un empleado está a gusto en su empresa y orgulloso de trabajar en ella, no es necesario convencerle de nada. ¿Para qué entonces gastar dinero en una campaña sobre algo que éste ya sabe?. En mis indagaciones, llegó a mis manos el resultado de una encuesta que se hizo al personal y me sorprendió descubrir la interpretación de los resultados. Todo era favorable, maravilloso, idílico. Los empleados se sienten orgullosos de la Multinacional. Y, sin embargo, días más tarde de publicarse los resultados, empezó la campaña de «concienciación al personal». ¿Dónde está la lógica?. Quizás Ramona, la jefa de personal, podría aclararnos algo.
Tras beber un trago de su vaso continuó.
– Sabes que llevo muchos años organizando comités de crisis para empresas. Cuando una persona encuentra un escarabajo en la sopa, un tren se sale de la vía, un periodista calumnia a una empresa, el comité de crisis actúa y busca la solución para que ese daño sea lo menor posible para la empresa y así salva su buen nombre. Pero hay algo que todos tenemos muy claro: que hay que eliminar la causa de la crisis para que no vuelva a ocurrir. Erradicar las cucarachas de las fábricas de sopa, exámenes técnicos de los ferrocarriles y de las vías, demandar a los periodistas que calumnian…
– La globalización es, en muchos aspectos, algo positivo. Pero tiene su lado malo para las multinacionales: cuando la delegación de Brasil causa un daño ecológico, eso se sabe en todo el mundo. Cuando la delegación suiza se dedica a espiar a otra empresa y eso se descubre, eso nos salpica también en España. Y tu trabajo es ir tapando agujeros que no tienen nada que ver con nuestro país. Lo peor de todo es que vuestra empresa tiene una ética diferente en cada país y eso te complica la labor. Porqué no hay voluntad de evitar la causa de lo que nos salpica. En Brasil seguirán actuando igual, en Africa seguirán haciendo lo mismo, en Suiza seguirán jugando a los espías. ¿No es irónico que una empresa que opta por la globalización sea víctima de la globalización?.
– Pero participamos en un montón de actividades. Damos conferencias, participamos en salones, ayudamos a un sinfín de ONG…
– Pero lo que queda en la gente es lo malo. Que la multinacional declare su «compromiso con el medio ambiente» le choca al ciudadano cuando descubre que hay niños trabajando dieciocho horas diarias para uno de vuestros proveedores, que el plástico de las botellas de agua que vendéis tardará mil años en degradarse, que habéis desecado una zona de Brasil al forzar la extracción de agua…
Miguel sacó la cartera y dejó un billete sobre la mesa.
– No puedo aceptar tu empleo, Nuria – dijo, mirándola a los ojos -. Mis hijos algún día me preguntarían sobre mi trabajo. Y no puedo decirles que mi trabajo es crear una imagen de empresa que no es real. Que estoy engañanado a la gente. El día que la Multinacional actúe como dice que actúa, vendré a trabajar contigo. Pero hoy por hoy no puedo. El día que el dinero me haga olvidar la ética, estaré perdido.
Santiago los vio marcharse juntos. Ella con lágrimas en los ojos.
Volvieron al bar otras veces, acompañados por sus respectivas parejas.
Un día, estando las dos parejas en el bar, Nuria llamó a Santiago y le hizo traer una botella de cava. Luego pidio a Santiago que se sentara con ellos.
Entonces, guiñando un ojo al dueño del bar, dijo a todos, levantando su copa:
– Quiero brindar por Miguel que ha sabido ver algo que me consumía y de lo que me acabo de liberar: hoy he presentado la dimisión de mi cargo de Directora de Comunicación de la Multinacional.
Hubo un silencio. A Miguel se le llenaron los ojos de lágrimas. Se levantó y abrazó a Nuria mientras los demás aplaudían.
Esta semana se cumple el año de este blog. Mi proveedor de Internet ha tenido a bien celebrarlo, cortándome la línea por una semana que, por cierto, me cobrará igualmente.
Quiero daros las gracias a todos los lectores, por vuestra fidelidad y los muchos ánimos que he recibido de vosotros.
También agradezco a mi jefe el mucho material que me ha dado y me da aún, para mis escritos. A la jefa de mi jefe, agradecerle la puesta en práctica de su plan sobre «cómo ir degradando su departamento» y desearle un rápido ascenso a un área en la que pueda demostrar muchas más cosas (in-capacidad no le falta).
Y agradecer a mis compañeros de trabajo su presencia invisible (me consta que me leen) y espero que secunden mi propuesta de sustituir a la jefa por un extintor, capaz de motivarnos mucho más, de hacernos sentir más seguros e incluso capaz de razonar mejor que ella.
Conste que no le guardo a la jefa rencor alguno. Es más. Siempre he pensado que si miles de personas como ella dirigieran empresas, el sistema capitalista habría dejado de existir, sin necesidad de revolución alguna.