Conversaciones interactivas por confinamiento: derechos básicos

—Pues yo si estoy jugando a pitch & putt—explicó Pascual a sus amigos. Para variar, estaban todos delante de su monitor con su aperitivo delante. Eso si, cada uno en su casa. Había que mantener el confinamiento—. Por suerte en el pueblo tenemos el campo dentro del municipio.
—Yo también juego—dijo Inés—. Aunque de forma un tanto ilegal. Tengo un campo de golf a tres minutos de casa pero que está en la demarcación de otro municipio. Suelo ir un par de veces por semana.
—No creo que puedas seguir jugando mucho tiempo—dijo riendo Juan—. He leído que se están planteando utilizar médicos jubilados para ayudar a superar la lucha contra el coronavirus.


—Conmigo que no cuenten—contestó Inés—. He vivido la época de privatización de la sanidad pública y ahora tenemos lo que tenemos: un montón de empresas que explotan como negocio la mayoría de los hospitales. Eso si, cuando hay una emergencia, todo el mundo ha de apoquinar, mientras un montón de accionistas siguen cobrando sus dividendos. Hay algo que nunca pude entender de mi época como médico en la sanidad pública: la vocación de las enfermeras. Cobran una miseria y la mayoría tiene empleos precarios por hacer un trabajo ingrato: aquello que los médicos no quieren hacer. Las admiro y las he admirado siempre. Me he codeado con médicos que estudiaron la carrera, simplemente para ascender en la escala social. Gente sin vocación. Hasta en la medicina hay arribistas. Siempre he pensado que la sanidad no ha de ser un negocio. Es un derecho. Y eso incluye a las farmacéuticas, que se lucran con sus medicamentos. Luego resulta que los países del primer mundo tienen tantas vacunas del Covid19 como necesitan y los países del tercer mundo no pueden pagar estas vacunas y su población se diezma debido al virus. Cuando hay una emergencia mundial de este tipo, no se debería permitir que multinacionales farmacéuticas hicieran negocio con sus medicamentos.


—Uf, Inés—se rio Santiago—. Hoy vas lanzada…
—No te extrañe, Santiago—apuntó Juan—. Inés tiene razón con lo que dice. Debería existir una serie de cosas que deberían ser públicas y a precio de coste: el agua, la energía, la sanidad, la educación.
—Me acuerdo de ese presidente de una multinacional diciendo que el agua debería privatizarse—explicó Pascual—. El muy imbécil lo decía con toda naturalidad. Luego se descubre que esa multinacional, en Estados Unidos, en plena sequía, sigue extrayendo agua de sus fuentes y lucrándose mientras la población del territorio ha de restringir el uso del agua.


—Vamos, que sois socialistas—dejó caer Santiago.
—No. En absoluto—contestó Inés—. Simplemente pensamos que hay unos bienes que son de la sociedad: agua, energía, sanidad y educación. Con lo demás, el capitalismo puede hacer lo que quiera. Imaginaros una sociedad en la que todos los médicos tienen el mismo sueldo, las enfermeras tienen un salario decente, todo ello pagado por el estado, que las medicinas cuestan lo mismo -hay que tener en cuenta que las investigaciones de los laboratorios suelen recibir fondos del estado- sean estos medicamentos del tipo de sean, rentables ó no, a precios que incluso los países del tercer mundo puedan pagar. Y eliminar las patentes de los medicamentos es básico. Este conocimiento debería ser de toda la humanidad y no de los laboratorios que quieren enriquecerse por tener la exclusiva. Eso es para mi la sanidad de verdad, como derecho fundamental.
—Eso no lo veremos nunca—se lamentó Pascual—. Durante tres mil años hemos tenido lo que tenemos ahora y cambiarlo es prácticamente imposible. Demasiada inercia. Yo siempre he estado convencido de que las mujeres mejorarían el mundo si tuvieran poder. Y las únicas de todas ellas que han llegado a ostentarlo eran más masculinas que los hombres que las rodeaban.

Conversaciones interactivas por confinamiento: principios

—A tí te pasa algo, Santiago—dijo Juan—. Desde que te has conectado no paras de sonreir.
—Estoy contento. Hace años tenía un gusanillo que me provocaba un cierto desasosiego—explicó Santiago—. Y ahora me ha desaparecido por completo. Es una sensación como cuando el ó la protagonista de una película recorren un oscuro pasillo y la música de fondo te deja entrever que algo malicioso ronda por ahí, a punto de aparecer.
—Y ¿ahora te ha desaparecido, sin más?—preguntó Inés mientras lanzaba su mano hacia las patatas fritas.
—Es complicado, que dirían los estadounidenses. Os cuento—contestó Santiago—. Ya sabéis que tenía un bar al lado de la Innombrable y la gente de esa multinacional venía a tomar algo al terminar su trabajo. Una de esas personas que venía era Merche, una mujer encantadora y una bellísima persona. Muchas veces charlábamos y me contó que la jefa de su departamento hacía lo posible por amargarle la existencia. Quizás la razón de esa actitud de la jefa se debía a que Merche tenía mucha amistad con los pocos compañeros que cuestionaban las directrices del departamento.


—Vamos, los “rojillos” del departamento—apuntó Pascual—. ¿Quién era esa jefa?.
—Una tal Felisa, aunque sus subordinados se referían a ella como “la gamba”, ó “la golfa”— contestó Santiago, añadiendo:— lo de la gamba se debía a su eterno moreno corporal y al hecho de que hace veinte años tenía un cuerpo que, a decir de sus subordinados, se podía aprovechar todo, menos la cabeza.
—Ya sé de quién me hablas—añadió Pascual—. Era una mujer que entraba en bucle cuando hablaba y no paraba de repetir siempre lo mismo.


—La carrera de la tal Felisa fue meteórica. Empezó aliándose con un psicópata a quien le cedió gran parte de su poder, por lo cual pudo permitirse años de vivir como un Borbón—explicó Santiago—. Conste que Merche nunca me explicó nada, pero sus compañeros eran más explícitos y lo que me contaba uno y otro, sirvió para hacerme una idea acerca de la “calidad” de esa persona. Me contaron que era experta en mirar a otro lado cuando el psicópata se excedía en sus funciones. También me explicaron que se vestía como una niña, con una minifalda escandalosa, para satisfacer las miradas y quizás algo más de su director. Oi también que cuando ese director se jubiló, su sustituto, lo primero que hizo fue prohibirle llevar esas minifaldas. De hace unos diez años a esta parte fueron eliminando a aquellos “rojillos” que osaban cometer la osadía de pensar algo diferente a la corriente oficial. Jubilaciones anticipadas, despidos… Lo último que supe de Felisa es que estaba rodeada de un grupo de “trepas”, que le seguían el juego para tener un cierto poder. Susy, “el arribista”, “cara rata”, son sus apodos. El resto de sus subordinados son los típicos “si bwana” a todo. Son gente que ha aprendido a mantenerse a flote haya la corriente que haya.


—Más que una empresa, esto parece el congreso de diputados. Mis felicitaciones a Merche, que ha sabido resistir semejante ambiente—aplaudió Juan, seguido por sus amigos—. Y luego hablan de código de conducta empresarial, de principios…
—Ja, principios—añadió Pascual—. Esos principios que varían en función del país en el que tienen una sucursal. Si estás en un país del tercer mundo, puedes explotar a los niños. Pero nada de explotación de niños si estás en el primer mundo. Vamos. Unos principios que varían en función de dónde estés.
—No son principios. Esas empresas no los tienen. Es publicidad barata.

—Por cierto, en relación con los rojillos, os recomiendo una serie:»Rita». La protagonista es alguien que piensa, cuestiona las cosas, se salta las normas cuando considera que es necesario para ayudar a alguno de sus alumnos, porqué ella es profesora de una escuela danesa. Vale la pena. Os encantará.

Conversaciones en el hoyo 19: gámbito de dama

—Me encanta este club de golf—dijo Pascual emocionado.
—Será porqué has tenido un juego redondo—le contestó Inés, riendo.
—Ayer estuve viendo por la televisión un campeonato y me fijé en cómo hacían el swing los profesionales—explicó Pascual—. Teníais que haberme visto. Cada swing que hacían yo cogía un palo e intentaba imitarlo. Acabé agotado, pero aprendí mucho.
—En la mesa de al lado hay un tablero de ajedrez—dijo Santiago—. ¿Le apetece a alguien hacer una partida?.
—Me apunto—dijo Juan, levantándose, cogiendo el tablero y poniéndolo en la mesa—. Soy republicano y la verdad es que me encanta ver como acaban con un rey.


Tras poner las piezas en el tablero, Juan escondió un peon de cada color en sus manos, las puso detrás suyo, los cambió varias veces de mano y presentó los puños a su contrincante. Santiago eligió la mano izquierda y le tocó jugar con blancas. Tras poner los peones en su lugar, Santiago adelantó el peón de dama.
—Sospecho que habéis visto la serie de televisión—dijo Inés.
—Yo si que la he visto—dijo Santiago mientras movía su caballo—. Me gustó bastante.
—Yo también la he visto—Juan sacó el álfil—. Lo que me sorprende es el auge del ajedrez que ha provocado esta serie.
—El ser humano es altamente influenciable—explicó Pascual—. Un libro, una película, cualquier cosa es capaz de cambiarle la vida a uno.


—Recuerdo que uno de los factores que me impulsaron a estudiar medicina fue un libro—dijo Inés—. No me acuerdo del autor pero se llamaba “No serás un extraño”. Viví con Lucas, el protagonista, su dura trayectoria para ser médico y luego al ejercer como tal. Un muy hermoso libro. Os lo recomiendo.
—A mi me influyó un antropólogo para estudiar psicología—explicó Pascual—. Un tal Carlos Castaneda.
—Pero Castaneda hablaba en sus libros de magia, de realidades paralelas…—protestó Juan mientras veía como Santiago capturaba la única torre que le quedaba.
—Y de drogas. El humito, el peyote—contestó Pascual—. Sustancias que alteran la percepción de la realidad. Aldous Huxley escribió un estudio sobre la mescalina (el peyote de Castaneda). Todo eso me impulsó a estudiar la mente humana. Luego, una vez acabada la carrera, descubrí el mal uso de la psicología: la publicidad, la gestión del personal de las grandes empresas, las campañas políticas e incluso el cine. Desgraciadamente tenía que vivir y no tuve más remedio que trabajar en alguna empresa como la Innombrable, gran manipuladora de su personal, con verdaderos psicópatas de manual entre su personal. Por suerte, cuando conseguí que mi consultorio psicológico funcionara, pude mandar a la mierda a la multinacional.


—Yo no sabría decir cuales fueron mis influencias—dijo Juan, mientras veía como las piezas de Santiago iban arrinconando a su rey—. Quizás dos autores tan opuestos como Karl Marx y Ayn Rand. Como sabéis Rand es figura de culto del liberalismo y aún así me gustan sus libros. Yo diría que el equilibrio de los dos pensamientos es lo óptimo para el futuro del planeta.
—Yo no tengo muchas influencias que pueda verbalizar—explicó Santiago—. Tal vez la gente con la que hablaba en el bar, de todo tipo y condición, desde los jefes y empleados de la Innombrable hasta los indigentes que entraban en el bar ó incluso las chicas a las que ayudé a dejar la prostitución… Todos ellos me enseñaron algo. Por cierto, jaque ma… ¿Donde esta tu rey, Juan?.
—Lo he enviado a los países árabes—le contestó Juan riendo—. Era su única escapatoria. Muy buena partida, Santiago—le estrechó la mano—. Me has ganado con mucha solvencia.