Conversaciones en el hoyo 19: privacidad

— Creo que ya estamos preparados para jugar al Wisconsin scramble—dijo Juan riendo—. Hoy hemos jugado todos muy bien.
— Recuérdame en que consiste esta modalidad—preguntó Santiago.
—Es lo mismo que hacíamos, pero en lugar de escoger la bola que ha quedado mejor colocada, jugamos la que esté peor—contestó Inés.
—Vamos, que en lugar de hacer menos cuatro, haremos un más cuatro—dijo Santiago, riendo.
—En absoluto. Tal como estamos jugando, todos pillamos calle y pocas bolas no van a dónde han de ir—contestó Juan—. Por eso he dicho que ya estamos en condiciones de jugar esta modalidad.
—Bueno. La mejor manera de saber si estamos preparados es probarlo—añadió Pascual—. Por cierto, tengo noticias nuevas acerca de la recogida de basuras de mi pueblo.


—Cuenta, cuenta—lo animó Inés.
—Os acordáis, supongo, de que se nos entregaron unos cubos que tenemos que sacar cada noche, en función del tipo de basura que toque ese día—explicó Pascual, después de dar un largo trago a su cerveza—. Resulta que en todos los barrios menos el mío, el ayuntamiento ha colocado unos módulos con ganchos para que cuelguen los vecinos sus cubos. Lo curioso es que en cada gancho hay una etiqueta indicando el número de edificio, el piso y la puerta.
—Vamos. Que cada vecino ha de dejar su basura en el gancho que indica su etiqueta—añadió Santiago.
—Exactamente—contestó Pascual.
—Y cuando fuisteis a recoger los cubos de basura al ayuntamiento, tuvisteis que dar el número de teléfono y la dirección de correo electrónico—dijo Juan—. ¿Verdad?.
—Si.

—Es decir que en vuestro ayuntamiento se están pasando la privacidad por el arco de triunfo—apuntó Inés, sacando conclusiones—. Por un lado tienen vuestra dirección de correo y el teléfono y por otro lado pueden revolver en vuestro cubo de basura para saber qué está tirando cada vecino.
—Alegan que si no controlan, la gente no recicla—añadió Pascual.
—Es decir: consideran que la totalidad de la gente del pueblo no recicla y por ello se cargan la privacidad—dedujo Juan—. Y ¿por qué en vuestro barrio no usan el mismo sistema?.
—Tal vez por ser un barrio rico y la gente se hubiera mosqueado—repuso Pascual.
—Es decir que consideran que los ricos reciclan bien y los pobres son sospechosos de reciclar mal—añadió Inés—. ¡Que pena de pueblo!. Seguro que el alcalde vive en el barrio rico.
—Pues si—contestó Pascual, añadiendo—: Lo peor es que la gente ni se ha planteado esta irregularidad. Han dado todos ellos sus datos y han aceptado las normas sin cuestionarlas.

—Cada vez perdemos más derechos—dijo Juan—. No sé si habéis leído en la prensa que la comunidad europea se está planteando prohibir la encriptación en los medios sociales: correo, mensajería… Alegan que es para pillar a los pederastas.
—Este país se parece cada vez más a Estados Unidos, ya que adoptamos las leyes más controvertidas—añadió Pascual—. Entiendo que en ese país, dada la incultura de su población, adopten medidas estúpidas, pero aquí en Europa, eso no tiene sentido.
—En España tiene sentido—contestó Inés—. No hay más que ver cómo nos las cuelan los políticos. Mienten, malversan y roban sin parar y aún así les votamos. Un país que no tiene noción acerca de lo que es la ética es un país inculto. Que un porcentaje tan alto de la población piense que si estuviera en el poder haría lo mismo que los políticos, indica el escaso grado de cultura de este país. La única noción de sociedad que tenemos es un puto trapo de dos colores del que dicen que representa la patria. Una patria creada con sangre y sin que los diferentes pueblos que la integran hayan decidido libremente si querían unirse al resto del país, da una noción bastante aproximada de cómo ha de funcionar nuestra sociedad: de puta pena.