– ¡Que forma más tonta de morir!.
– ¿Cómo sabes que estás muerto?, Pablo – preguntó la mujer que vestida con una túnica blanca estaba en aquel recinto sin límites, iluminado por una intensa luz blanca.
– Quizás porqué desde hace veinte años que no se me acerca una mujer tan bella como tú. Es lo que tiene eso de morir de viejo. Estar como una pasa no suele atraer a nadie a tu lado.
– ¿Cómo es que rechazaste el premio Nobel de literatura?.
– Me gusta creer que por humildad. Solamente pensar que a raíz de ese premio hubiera tenido que cambiar mi vida para asistir a recepciones, entrevistas, homenajes, etc. me quitaba el sueño. Me hubiera convertido en un ser vanidoso, de esos que disfrutan escuchándose a si mismos.
– Pero el premio es muy cuantioso…
– Si. Sobre todo para hacienda, que se hubiera quedado con mas de la mitad. Ese dinero recaudado hubiera servido para comprar mas armas para el ejército o para privatizar servicios públicos.
– ¿De qué país vienes? – preguntó ella.
– ¿País?. No debería haber países. Ese es un invento del hombre, tan dado a establecer fronteras. Si no fuera por las fronteras nos ahorraríamos un montón de guerras y un buen puñado de exaltados que sólo ven banderas y esa mierda a la que llaman patriotismo. Mi patria es la Tierra, el tercer planeta del sistema solar.
– Aún así, ¿en qué país has vivido?.
– Te lo plantearé como un acertijo. Te cuento las características y tu lo adivinas. ¿Te parece?.
– Si, me encantan los acertijos.
– Nací durante los últimos años de una dictadura. El dictador era un militar que, tras una sangrienta guerra, se hizo con el control del país y asesinó a quienes no pensaban como él. Por eso, cuarenta años después de su muerte, sus herederos intelectuales – si podemos llamar así al nulo intelecto del dictador y sus herederos – se hicieron con el poder, estableciendo un sistema político al que llamaron democracia, quizás por aquello de que votar cada cuatro años a dos partidos políticos prácticamente idénticos creen que puede llamarse democracia. Nunca se plantearon la separación de poderes, nunca se plantearon la libertad de prensa y como en la época del dictador, siguen persiguiendo la libertad de opinión.
– Voy haciéndome una idea…
– Se trata de un país muy hermoso, con un clima muy bueno, con mucho mar y montaña, de gente inculta pero muy agradable. Prácticamente, desde hace varios siglos existe una clase dominante, liderada por una monarquía, que se ha desenvuelto a su antojo, oprimiendo al resto de los ciudadanos. Y eso no ha cambiado en la época actual. Antes de morir, el dictador volvió a instaurar la monarquía, puso exactamente a la misma familia de tarados que habían reinado en siglos anteriores.
– Ya veo…
– Antes me preguntabas sobre mi rechazo al premio Nobel. Sólo pensar en que hubiera tenido que saludar al rey, al presidente del gobierno y al presidente de mi comunidad autónoma me provocaba nauseas. Yo no quería de ninguna de las maneras seguir el juego a esa gentuza. No quería tener que escuchar interminables discursos de aquellos que se creen importantes y que, además intentan demostrar con sus palabras que son personas cultas e instruidas. No gracias. Y otra cosa: quería cobrar mi pensión. Después de trabajar y cotizar cuarenta años había conseguido una pensión muy digna y no quería que me la quitaran por haber recibido el premio. En los veinte años que llevo jubilado he escrito varios libros y no he publicado ninguno. Y eso para no perder la pensión. Ahora que estoy muerto ya podrán publicarlos y los beneficios serán para mis hijos.
– Uf. Espero no equivocarme. Me has descrito España.
– ¡Acertaste!. No era difícil, ¿verdad?.
– Si quieres que te sea franca, ya lo sabía. Al fin y al cabo soy parte de ti.
Pablo miró los ojos de aquella mujer. La sentía como especie de extensión de su persona.
Quizás – pensó – me muestra aquel ideal de ser humano por el que he luchado siempre y cuya meta nunca había conseguido alcanzar. Sonrió feliz. Había valido la pena morir para sentir aquella plenitud.
– ¿Te puedo pedir un favor? – dijo él.
– No hace falta que me lo pidas – ella se acercó y lo abrazó con fuerza. Luego lo miró a los ojos y dijo: – Ahora es cuando dices que hacía veinte años que no te abrazaba una chica tan hermosa.
– ¡Me lees el pensamiento!.
– Claro. Y te he abrazado porqué me apetecía hacerlo.
– ¿A un carcamal como yo?.
– A alguien que tiene un buen corazón y además un físico fantástico. Mírate.
Pablo miró su cuerpo. Ya no estaba en los huesos, carecía de arrugas y de manchas en la piel. Su espalda no estaba arqueada y al pasarse la mano por la cabeza notó que tenía abundante cabello.
Se rio.
Luego se desvaneció a la vez que ella.