Una noche en la ópera

Algunas veces me pregunto por qué sigo yendo a la ópera si cuando empieza, cierro los ojos y me dejo llevar por la música que llega a mis oídos y sólo los vuelvo a abrir al terminar cada uno de los actos, para volverlos a cerrar al reanudarse la ópera.

Quizás sería más barato recurrir al equipo de música y escuchar ópera sin salir de casa. Al fin y al cabo nunca suelo enterarme de lo que ocurre en el escenario.

Aquella noche, tras el segundo acto me levanté de mi butaca y cosa rara en mi, salí de la platea y me dirigí al vestíbulo, en el que, detrás de unas mesas, un grupo de camareros estaba sirviendo copas de cava al numeroso grupo de personas que, enfundadas en sus mejores galas, lo solicitaban.

– Luis. Eres Luis, ¿verdad? – me giré y vi, detrás mío, a una mujer cuyos ojos azules estaban fijos en los míos. Era algo mas baja que yo, delgada y con el pelo castaño.
– ¿Nos conocemos? – le pregunté.
– Ya veo que no te acuerdas de mi. Me casé con uno de tus amigos.
– ¿Con Ramón?. ¿Entonces eres Marga?.
– Si.

A mi mente regresaron los recuerdos de la Universidad, cuando Ramón y yo éramos inseparables. Ramón era el típico niño bien de una familia muy acomodada, una persona con alma de líder, muy seguro de si mismo a quién desprecié desde la primera vez que lo vi, por su chulería y por su actitud autoritaria hacia todos. Y sin embargo, con el tiempo, empecé a apreciar aquella música que salía de su guitarra y acabamos cultivando una cierta amistad. Durante meses estudiábamos juntos en el colegio mayor en el que vivíamos. Y al terminar el curso regresamos ambos a nuestra ciudad y seguimos viéndonos, durante unos meses, hasta que me distancié de él debido a que no me hacía maldita la gracia dedicar nuestros encuentros a beber alcohol a ritmo desenfrenado hasta caer borrachos de madrugada.
Una noche me presentó a su novia, Marga que era su polo opuesto. Tímida, reservada, profunda, culta y sin embargo bastante inmadura y que sentía una admiración inmensa por él, que me hizo pensar que Ramón la manipularía, para adaptarla a su personalidad.

Luego me tocó hacer el servicio militar y eso nos separó, permanentemente, ya que a mi regreso, no volvimos a establecer contacto, hasta al cabo de doce ó trece años.

– Me alegra ver de nuevo a la persona que se cargó mi matrimonio – me dijo Marga con una sonrisa.
– ¿Perdona?.
– En realidad tu fuiste la gota que hizo desbordar el vaso. Las cosas no iban bien entre nosotros y cuando te negaste a hacerle aquel trabajo que te pidió, lo echaron de la empresa. Ahora, con la perspectiva de los años que pasaron desde entonces, me alegro mucho de que nos separáramos.
– No tenía ni idea. ¿Quién iba a decir que un reencuentro que duró dos tardes iba a romper un matrimonio?. Lo cierto es que me reí mucho el día que, tras tantos años de separación Ramón se topó conmigo en la calle. Aquella tarde me contó que era padre de tres niñas tan hermosas como su madre y que dirigía una empresa relacionada con la informática y yo le conté que trabajaba como programador y que tenía dos hijos, con quienes iba a compartir, a partir de la semana siguiente, mi mes de vacaciones.
Luego, Steerforth me propuso quedar al día siguiente y que me propondría algo.

– ¿Steerforth?.
– Oh, perdona Marga. Para mi, Ramón siempre ha sido Steerforth, el amigo de David Copperfield. El retrato que hace Dickens de Steerforth es clavado a Ramón. Volviendo a la historia: al día siguiente, en el bar en el que habíamos quedado, apareció Ramón con otra persona. Tras las presentaciones me contaron lo que pretendían que hiciera. Al parecer la persona que había traído Ramón había sido el encargado de una pizzería y quería montar una cadena de pizzerías. Tras sacar de una carpeta un montón de hojas impresas me empezaron a mostrar un sinfín de impresiones de pantalla de la pizzería en la que había trabajado el encargado. Querían que les hiciera un programa idéntico a aquel cuyos pantallazos habían impreso. Control de llamadas telefónicas para pedidos, control de la cocción de las pizzas, supervisión de los repartidores, facturación de los pedidos, gestión de stocks de materia prima, de las cajas para llevar las pizzas, contabilidad del local…

Sonó el primer aviso de que iba a empezar el tercer acto de la ópera.

– Despues de mostrarme todas las prestaciones del programa que querían que programase Ramón me dijo que me contratarían si lo hacía bien y rápido. En quince días tenía que estar listo. Los miré con cara de sorpresa y les dije: <<este programa tardaría en hacerse, por un equipo de programadores experimentados, de seis meses a un año. Y vosotros queréis que lo haga gratis en quince días, durante mis vacaciones>>. <<Bueno>> dijo Ramón. <<A ti te gusta programar>>. <<Desde luego, pero mi familia es mas importante que la programación y no pienso dedicar mis vacaciones a hacer un programa que ni en seis meses tendría acabado. Además mi trabajo tiene un valor. Pretender que os lo haga gratis es un insulto>>. <<Piénsalo bien, Luis. Te llamamos en un par de días y nos dices si te sumas al reto>>. Me llamaron durante días, intentando hacerme cambiar de opinión. Yo me mantuve firme y cesaron las llamadas. Nunca mas he sabido de Ramón.

Segundo aviso…

– Pues puedo aclararte lo que pasó entonces. Lo de la pizzería era la última opción que tenía Ramón de salvar su empresa, a punto de bancarrota. Al negarte tú, los socios lo echaron del negocio y ahí se acabó todo. Su trabajo y mi matrimonio.
– Lo siento.
– ¿Volverías a hacerlo si volviera a repetirse la historia?. ¿Sabiendo que tu amigo estaba al borde de la bancarrota?.
– Desde luego – repuse -. Mi familia sigue siendo lo mas importante. Y si Ramón estaba al borde de la bancarrota, algo debió hacer mal antes de encontrarse conmigo.

Sonó el tercer aviso y la gente empezó a dirigirse a sus butacas.

Marga se acercó y me dió dos besos. Al darme el segundo beso la oí decir:
– Lástima no haberte conocido antes que a él. Mis hijas hubieran tenido a un padre y yo a un esposo.

Luego nos separamos y regresé a mi butaca.
No he vuelto a verla.