– ¿Cuándo nos casaremos? – preguntó Lena.
Lena llegó a nuestro país recién entrado el nuevo milenio.
A través de una mafia de su país consiguió dejar Rusia, país en el que tenía pocas posibilidades de salir adelante.
Sin embargo, cuando se encontró en España, descubrió que las cosas no iban a ser tan fáciles como pensaba.
Carecía de estudios y el hecho de no tener papeles le permitía acceder únicamente a trabajos mal pagados y con unas condiciones vergonzosas.
Sabía que la mafia rusa que la había traído, no iba a darle facilidades para devolver el dinero del viaje y fue entonces cuando se dio cuenta de que solamente podía hacer un trabajo para poder salir adelante y devolver el dinero: prostituirse.
Al fin y al cabo era ese el trabajo que Masha, su compañera de piso, ejercía y no le iba nada mal.
A sus ventitrés años, Lena era una mujer verdaderamente guapa y su cuerpo, bien proporcionado, atraía las miradas de los hombres con quienes se cruzaba por la calle.
Los principios fueron duros, muy duros para alguien cuya sexualidad significaba algo que reservaba para cuando apareciera el hombre con el que había soñado.
Sin embargo el tiempo y la práctica fueron eliminando aquellas barreras que ella había ido levantando en su adolescencia, respecto a sus relaciones sexuales.
El anuncio que publicó en Internet, incluyendo fotos de su hermosa anatomía, empezó a traer llamadas a su móvil.
A la vez que se le iba endureciendo la mirada, el dinero empezó a entrar a paletadas. En menos de un mes pudo devolver a la mafia rusa el importe que les debía.
Pronto encontró a un compatriota que tenía coche y que se ofreció para acompañarla en las frecuentes salidas a los hoteles y domicilios de sus clientes. Lena aceptó encantada aquel ofrecimiento, ya que así se sentía más segura y podía visitar a mas clientes.
Aquellos primeros años fueron agotadores. Su semana laboral duraba siete días. Prácticamente la totalidad de lo que ganaba lo enviaba a sus padres en Moscú.
Entonces llegó la crisis. Al principio apenas se dio cuenta, ya que seguía teniendo mucho trabajo. Sin embargo, a lo largo de los meses, las llamadas se redujeron a la mitad, luego a una cuarta parte…
El mercado se endureció de repente. Pudo ver como en sus anuncios las otras prostitutas empezaban a rebajar precios y a ofrecer lo impensable para atraer a los clientes.
La única salida que encontró Lena fue intentar obtener la nacionalización por medio del matrimonio y buscar trabajo.
El único cliente en quien confiaba era Javier, una persona comprensiva y cariñosa.
En una de sus visitas le explicó sus intenciones y le pidió ayuda. Él le dijo que se casaría con ella.
Los siguientes meses fueron un calvario para ella. Siguiéron viéndose con mayor frecuencia. Ella propiaciaba los encuentros e incluso dejó de cobrarle las relaciones. Y, sin embargo, Javier iba dando largas. Lena se deprimió. No se atrevía a salir de casa, por carecer de papeles. Solamente trabajaba cuando aparecía un esporádico cliente y el resto del tiempo bebía hasta emborracharse.
Pidió a sus padres los papeles que necesitaba para casarse y cuando los recibió, quince días más tarde, se lo comunicó a Javier, para intentar darle el empujón que pensaba le faltaba.
Su respuesta, por fin fue clara.
– No pienso casarme contigo. He estado haciendo indagaciones y tal como están las cosas no pienso complicarme la vida. No puedes hacerte una idea de como controlan los matrimonios por conveniencia. Y si nos pillan, la multa es sustanciosa, con cárcel incluso. Y a ti, lo primero que harán es deportarte a tu país.
– Entonces, todas tus promesas… – le miró a los ojos -. No pensabas cumplirlas. Durante meses me has utilizado para tener sexo gratis conmigo…
Notó como enrojecía su cara y luchó para impedir que las lágrimas fluyeran.
Javier saltó de la cama y empezó a vestirse.
– Supongo no querrás volver a verme – dijo Javier.
– ¿A ti que te parece? – Lena se puso un albornoz.
Cuando cerró la puerta del piso detrás de Javier, se puso a llorar, desconsolada.
Al regresar Masha, encontró a su compañera hecha un ovillo en la cama, inundada en lágrimas.
Al día siguiente la llevó al bar de un amigo, un tal Santiago.
Fue entonces cuando, por primera vez, Lena conoció a un hombre en quien podía confiar. Con su ayuda, no tardó en conseguir dejar aquella vida que odiaba.
Es curioso pero la vida nos devuelve las malas acciones, multiplicadas.
Javier trabajó durante muchos años en una gran empresa.
Vivió todo ese tiempo pendiente del ascenso que creía merecer. El jefe estaba muy contento con su trabajo y se lo decía con frecuencia.
Javier se dejaba las cejas trabajando horas y más horas, incluso los fines de semana, sin cobrar una sola hora extra.
Y el ascenso no llegaba. Su jefe le decía que aún no era el momento, que por circunstancias tenía que esperar, que el director tenía el ascenso sobre la mesa, pendiente de firmar…
Al igual que él había hecho con Lena durante meses, su jefe lo toreó durante muchos años.
Su esposa, harta de esperar el ascenso y cansada de estar siempre sola, lo abandonó.
Cuando Javier se dio cuenta de que había estado viviendo en base a unas expectativas que le había inculcado su jefe, fue cuando le comunicaron que ya no eran necesarios sus servicios en la empresa.
Ahora vive del paro.
Hola, muy interesante el articulo, saludos desde Chile!
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