Don Miguel, el hombre de empresa

Don Miguel llegó al bar de Santiago con cara de pocos amigos.
Alto, delgado, con la cara angulosa, debía tener unos sesenta años. Las arrugas de su rostro reflejaban aquella determinación que había demostrado toda su vida.

Santiago lo conocía desde el día que entró a trabajar en el bar, treinta años atrás.
Don Miguel trabajaba en la multinacional y era de esas personas que solían alargar su jornada hasta altas horas de la tarde. Era jefe de departamento.
Durante toda la carrera laboral, había demostrado dedicación total y absoluta a la empresa y quizás por ello, su esposa e hijos apenas lo veían, debido a sus dilatados horarios.

Era inflexible con sus subordinados. No podía entender una actitud diferenta a la suya y quien no ponía la misma dedicación a la empresa que él ponía, era machacado por Don Miguel, incapaz de entender que alguien diera más valor a la familia que al trabajo.

Tenía verdaderos problemas con los subordinados jóvenes, que se burlaban de su dedicación absoluta. Sus castigos no hacían mella en ellos, que preferían siempre salir temprano para ver un partido de fútbol a alargar su jornada por elaborar un informe.

De ahí que don Miguel celebrara con verdadera alegría las bodas de sus subordinados.
Sabía que una boda llevaba consigo una hipoteca y un rosario de gastos adicionales que iban a obligar a su subalterno a cambiar de forma de pensar y a asumir su entrada en el «sistema».
Alguien le había oído decir, sonriente, al comunicarle la boda de alguien especialmente díscolo:

– ¡Ya es nuestro!.

Los años fueron pasando y don Miguel se mantenía firme en sus convicciones, por a su incapacidad para abrir su mente a otros puntos de vista.
Cualquier hecho ó afirmación por parte de sus subordinados, contraria a lo que él creía directrices de la empresa, era anotado en una libreta que tenía a tal efecto.

La multinacional tenía establecido que cada año el jefe tenía que reunirse con cada uno de sus subordinados, para comunicarles la «nota» que había merecido su trabajo y, en función de la misma, el aumento correspondiente.
Era ese día que don Miguel llevaba su libreta a aquellas reuniones y disfrutaba comunicando las malas notas con argumentos tan peregrinos como:

– Usted no quiso venir el sábado 23 de Septiembre por preferir acompañar a su hijo a un partido -decía consultando su libreta.

Santiago limpió la mesa de don Miguel.

– Buenas tardes, don Miguel. ¿Qué va a tomar?.
– Una copa de brandy. Que sea larga.
– Es la primera vez que me pide alcohol en treinta años, don Miguel – contestó Santiago. Fue a la barra, preparó la copa y la llevó a la mesa. Luego se sentó con don Miguel.
– ¿Qué pasa, don Miguel?.
– ¿Que qué pasa?. ¡Estoy destrozado!. ¡Me han dado una patada al culo!. ¡Me han jubilado!. ¡Tantos años, para eso!.

– ¿Cómo?.
– Tal como se lo digo. Años y años de dedicación total a la empresa para que me lo paguen con una patada. ¡Son unos hijos de puta! – una lágrima se deslizó por su mejilla -. Lo peor ha sido el regalo de despedida de mis subordinados. Me organizaron una despedida por sorpresa y, a pesar de como los traté durante años con mi intransigencia, me han demostrado su cariño con una despedida que no podré olvidar…

Bebió un trago largo.
– ¡Que idiota he sido!. ¿Cómo he podido ser tan cruel con ellos?. ¿Cómo he podido dar más importancia a la empresa que a mi familia, a mis amigos, a mis subordinados?. Si hubiera sabido lo mucho que me lo iban a agradecer, no hubiera sido así de rígido. ¡Que desperdicio de vida!. ¡Que error!. ¡Cuantos años de entrega para nada!.

– Siempre ha sido así, don Miguel – dijo Santiago -. A este bar viene mucha gente que trabaja en la multinacional. Y veo a diario como lo único que interesa a ese tipo de empresas es el dinero. Su personal les importa un rábano. Cuando entran les hacen creer que tienen un futuro prometedor y cuando llevan el tiempo suficiente como para descubrir el engaño, les dan puerta y contratan a otro inocente con ganas de comerse el mundo y así perpetúan la farsa. ¿Sabe que en estos momentos, a las ocho de la tarde, hay cien personas trabajando en su casa conectádos con el portátil que les ha prestado la empresa y lo que es peor, sin cobrar un céntimo por ello?. ¿Sabe el dinero que ahorra la empresa al tener a esos tíos trabajando gratis fuera de horas?.

Cuando esos descubran el pastel, habrá una restructuración y los sacarán, para sustituirlos con otros cien incautos que trabajarán gratis desde casa por las noches, durante las vacaciones y los fines de semana.
– Y yo sin enterarme de nada, durante tantos años. Debo ser muy corto, ¿no?.

Santiago no contestó.

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Jaume
14 años ago

Es el mismo razonamiento que se ha otorgado en España a los bancos durante años… se les debía agradecer que nos guardasen nuestro dinero, nos hacían un favor… La de veces que lo oí entre mis mayores…

Ludwig
14 años ago

Yo diría, Nandin, que se trata del resultado de muchos siglos de estupidez.
Si las personas dejáramos de dar por buenos los ejemplos de los demás y los cuestionáramos, otro gallo nos cantaría.
Lo malo es que para «merecer» hay que ser como los imbéciles que nos mandan.
Lo que me cuesta creer es que a pesar de tanta estupidez las empresas puedan sobrevivir.

Nandín
14 años ago

Gente así queda mucha, por desgracia, lo peor y más sangrante es que no son solo jefecillos o mandos intermedios, si no, hasta compañeros que les han vendido la moto y que están hipotecados hasta las cejas y como tienen que echar más horas que las que tiene el día, piensan que los demás también tienen que hacerlas. Todavía hace poco oí cómo un compañero (jefecillo de equipo pero sin cobrar por ello), le decía a otro que tenía que estarle agradecido al jefe por darle trabajo, a lo que yo le contesté «Y besarle también en el culo». A… Read more »

Ludwig
14 años ago

Basado en hechos reales, Cornelivs.
Lo bueno del «mundillo de la empresa» (que sería mejor llamar submundo de la empresa) es que da para historias de todo tipo.

Tienes toda la razón, Susana. Después, la NADA. Menos mal que entre las grandes empresas se está poniendo de moda la «conciliación de la vida familiar y la profesional».
Que no es otra cosa que una cortina de humo más.

No estoy de acuerdo contigo, Toy folloso. Quedan muchas personas así.
Quizás más discretas, pero con la misma mentalidad.
Me ha encantado tu comparación, por cierto.

Toy folloso
14 años ago

Más corto que las mangas de un sujetador…
Apenas queda gente así.

SUSANA
14 años ago

Tu relato se lleva de la mano con mis pensamientos días pasados. Viajaba de vuelta a casa en el vuelo del sábado por la tarde, y a mi lado habían dos jóvenes de treinta años más o menos.Los tres abrimos nuestras computadoras portátiles, y mientras yo me enfrascaba en un artículo para el blog (aprovechando esas dos horas para disfrutarlas con mi hobby), los jóvenes a mi lado trabajaban escrupulosamente y discutían los detalles de sus emprendimientos. Conozco esa «fiebre» apenas la veo, es la de Don Miguel y la de muchísimas personas que lo dan TODO (aún sus pocos… Read more »

Cornelivs
14 años ago

No contestó: ya lo creo que no contestó. Quizás yo tampoco contestaria, querido Ludwig.

Me estoy enganchando a esta serie de relatos tuyos, querido amigo, son estupendos…!

Un abrazo.